Santoral: Beato Jacinto Vera y Beata María de la Concepción Barrecheguren

Jacinto Vera nació el 3 de julio de 1813, frente al Océano Atlántico, en el barco que transportaba a su familia desde las Islas Canarias hasta República Oriental del Uruguay.

Tras más de dos años de deambular, la familia se instaló en el pueblo de Abra del Mallorquín, dedicándose a las labores agrícolas. En 1826 se trasladó a la zona de Toledo, donde compró una casa con los terrenos aledaños para cultivar.

Educado cristianamente por su madre y por los padres franciscanos, en 1832, siguiendo un curso de ejercicios espirituales, se sintió llamado al sacerdocio. Por falta de medios materiales, sólo pudo cumplir con esta vocación en 1837, cuando realizó sus estudios teológicos en el colegio de los Padres Jesuitas de Buenos Aires, donde fue ordenado sacerdote en 1841.

Después de regresar a su tierra natal, de 1842 a 1859, fue destinado a la parroquia de Canelones, donde ocupó el cargo primero de vicepárroco y luego de párroco, ejerciendo un intenso ministerio que le fue encomendado, con el objetivo de llegar a la toda la población del vasto territorio. En esta localidad también fue elegido miembro del Consejo Económico y Administrativo del Departamento.

En 1859 fue nombrado Vicario Apostólico y se trasladó a Montevideo. Aquí se comprometió con la formación del clero y la atención pastoral, para lo cual emprendió grandes viajes misioneros, interviniendo también para resolver situaciones conflictivas, como la defensa de la jurisdicción eclesiástica frente al gobierno. Por esta postura estuvo exiliado desde octubre de 1862 hasta agosto de 1863, período que pasó en Buenos Aires.

Dos años después de su regreso a Uruguay, fue elegido obispo titular de Megara y consagrado el 16 de julio de 1865, retomando plenamente su actividad pastoral. En 1867 emprendió un viaje a Europa en busca de misioneros para Uruguay y para participar en las festividades por el XIX centenario del martirio de San Pedro. De octubre de 1869 a diciembre de 1870 participó en el Concilio Vaticano I y peregrinó a Tierra Santa.

El 25 de enero de 1871 regresó a Montevideo, donde hizo todo lo posible por poner fin a la guerra civil. La consecución de la paz le permitió dar un nuevo impulso a su actividad misionera, fortalecida por la llegada de los jesuitas y del primer grupo de salesianos, enviado por San Juan Bosco a petición suya. El 4 de junio de 1875 consagró el país al Sagrado Corazón de Jesús.

Erigida la diócesis de Montevideo, el 13 de julio de 1878 fue nombrado su primer obispo. A finales de diciembre del mismo año bendijo la primera piedra del seminario conciliar de la capital uruguaya. A pesar de su edad y de algunos problemas de salud, continuó su actividad apostólica, visitando incansablemente todos los lugares de misión. El 28 de abril de 1881 partió a su última misión, con destino Pan de Azúcar. El incómodo viaje se hizo más difícil por una continua y espesa lluvia, circunstancia que minó definitivamente su ya débil salud. En la tarde del 5 de mayo, sus condiciones empeoraron y recibió los últimos sacramentos con plena conciencia.

Murió en Pan de Azúcar (Uruguay) el 6 de mayo de 1881.

María de la Concepción Barrecheguren y García.

El papa Francisco ofrece en el Regina Coeli la “brújula” para llegar al Cielo

07 de may de 2023

«Queridos hermanos y hermanas. Ayer se celebraron dos beatificaciones -celebró el papa al final de la oración del Regina Caeli-. En Granada, España, fue beatificada la joven María de la Concepción Barrecheguren y García». Francisco recordó a los fieles congregados en la plaza San Pedro del Vaticano que la beata estuvo «postrada en cama por una grave enfermedad, sobrellevó sus sufrimientos con gran fortaleza espiritual, suscitando admiración y consuelo en todos».

Concepción Barrecheguren y García nació en Granada (España) el 27 de noviembre de 1905 y murió allí el 13 de mayo de 1927. Desde la infancia, manifestó salud precaria debido a una enterocolitis muy aguda y por ello sus padres decidieron no dejarla asistir a ninguna escuela de la ciudad, convirtiéndose en sus educador

A muy temprana edad sintió la llamada a la vida religiosa, deseando convertirse en carmelita, pero no pudo debido a la enfermedad y murió a la edad de 22 años.
AFP

El Papa Francisco dirige la oración Regina Caeli desde la ventana de su oficina con vistas a la Plaza de San Pedro durante la oración Regina Caeli, Ciudad del Vaticano este domingo.

La española Conchita Barrecheguren ha sido proclamada beata este sábado en una ceremonia celebrada en la Catedral de Granada. El vicepostulador de su causa, P. Francisco José Tejerizo, destaca que era “una cristiana del montón”.

La ceremonia ha sido oficiada por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Marcello Semeraro, con la participación de más de 2.500 fieles, entre los que se encontraba un centenar de familiares de la nueva beata.

Nacida en Granada en 1905, María de la Concepción del Perpetuo Socorro Barrecheguren García fue bautizada en la parroquia del Sagrario de la Catedral de Granada el día de la Inmaculada.

Vivió 21 años, cinco meses y 16 días, “tiempo más que suficiente para hacerse y construirse como mujer —como mujer cristiana–-, y para desarrollar sus cualidades”, expresa el P. Tejerizo en la biografía de la nueva beata difundida por el Arzobispado de Granada.

Conchita cayó enferma de tuberculosis a la vuelta de una peregrinación a Lisieux en 1926.

“El desarrollo de la enfermedad de Conchita y de los sufrimientos que la acompañan provocan la admiración de quienes la conocieron” por el modo en que la joven es capaz de hacer frente a sus padecimientos, relata el vicepostulador.

“La fe de Conchita sabe descubrir que los planes de Dios no son los suyos, que tiene que aceptar que su vida y su modo de seguir a Jesucristo es el laical”, resume.

En la nueva beata se dan dos elementos reforzados por el Concilio Vaticano II que tendría lugar años después: “La importancia de los laicos en la vida de la Iglesia y su participación, por el Bautismo, en el sacerdocio de Cristo”, subraya el vicepostulador.

Para el P. Tejerizo, “la sencillez de Conchita y su ser cristiana del montón es un testimonio actual” y, lo extraordinario, “su vida ordinaria y común”.

Sin embargo, destaca dos peculiaridades: “Su modo de afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual”.

Conchita falleció el 13 de mayo de 1927 y “no buscó ni vivió cosas llamativas. Simplemente fue cristiana”, porque con su fe respondió a su cotidianeidad.

Su causa de canonización fue abierta en 1938, en plena Guerra Civil española, y concluyó en 1945. Pocos años después Pío XII permitió proseguir con el proceso al no encontrar nada censurable en sus escritos.

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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