Evangelio del día: Miércoles de la Trigésimo segunda semana del Tiempo Ordinario

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».
Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
 
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
 

San Carlos de Foucauld (1858-1916)

ermitaño y misionero en el Sahara

Meditaciones sobre el Evangelio (Écrits spirituels de Charles de Foucauld, ermite au Sahara, apôtre des touaregs, Gigord, 1964), trad. sc©evangelizo.org

“¡Padre, glorifica tu Nombre!”

“¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!” (Jn 12,27-28). Es el llamado puro y sencillo a Dios, la demanda simple ante lo que requiere la naturaleza. Naturaleza que sufre expresando lo que necesita, reprendiéndose enseguida diciendo: mi Dios, esto u otra cosa, poco importa. Lo único que me importa es su Gloria. “¡Padre, glorifica tu Nombre!” Concédame lo que lo glorificará más. Es lo que le pido, nada más. No tenga en cuenta mi primer pedido. Lo hice, debí hacerlo, porque usted es mi Padre y mi deber es exponerle lo que necesito… Pero después de exponerle lo que necesito, le recuerdo, le digo, le repito, que necesito algo mil veces más grande, más ardiente: ¡verlo glorificado! Es realmente lo único que necesito y que le suplico escuchar. ¡Padre, glorifíquese en mí! “¡Padre, glorifica tu Nombre!”… Mi Señor Jesús, permita que su indigna, miserable pequeña criatura se una a usted y haga con usted esta oración: Mi Dios, le digo con mi Señor Jesús, uniendo mi voz a su voz adorable: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). Mi único deseo, mi sed, es que sea glorificado lo más posible. Mi Padre, haga de mi lo que más le agrade, lo que sea. ¡Mi Padre, glorifique su Nombre!

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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