Santoral: Santa Rosa de Viterbo, virgen franciscana y Santa Coletta Boylet, virgen franciscana, fundadora de las Clarisas pobres

Una vida admirable, por corta que sea, puede dejar su sello indeleble. Este es el caso de Rosa de Viterbo: nació en 1233 en una familia pobre, con una malformación ósea que le impidió entrar en el cercano monasterio de las Clarisas.

Entre güelfos y gibelinos: el exilio

Los que nacen sin el esternón están condenados a morir dentro de tres años porque su esqueleto no puede sostenerse. Rosa alcanzará a vivir por 18 años, siempre agradeciendo a Dios, con una sonrisa, por el grande don de la vida. Al no poder llevar el hábito religioso, entró en la Tercera Orden Franciscana y comenzó a recorrer su ciudad, a lo largo y a lo ancho, con una cruz al cuello, llevando una vida de penitencia y de caridad hacia los pobres y los enfermos. El contexto histórico en el que se movió fue el de la amarga lucha entre los güelfos y los gibelinos, es decir, los partidarios del Papa Inocencio IV y los defensores del Emperador Federico II respectivamente. Fueron años de contrastes entre el Imperio y la Santa Sede y la ciudad de Viterbo estaba en el centro de ellos: debido a su firme decisión de apoyar al Papa, Rosa y su familia fueron exiliados en Soriano en el Cimino, hasta que, en 1250, el Emperador murió y la ciudad regresó bajo el gobierno del Papa.

El sueño de Alejandro IV

Postrada por su debilitada condición física, Rosa también murió, probablemente el 6 de junio de 1251. Fue sepultada sin ningún féretro en la tierra desnuda de la iglesia de Santa María en Poggio. Ya en 1252 el Papa Inocencio IV pensó en hacerla santa y ordenó un proceso canónico, el cual, sin embargo, nunca comenzó. Su sucesor, Alejandro IV, que, al no sentirse ya seguro en Roma, se trasladó entretanto a Viterbo, recibió varias veces en sueños la visita de la joven Rosa y ordenó el traslado de sus restos a la iglesia de las Clarisas, monjas a las que se les confió la custodia y el culto y donde todavía es posible venerar su cuerpo, completamente incorrupto que permaneció ileso también después de un incendio en 1357.

¿Santa o beata?

En los dos siglos siguientes la veneración creció en torno a la santa joven; así que en 1457 Calixto III ordenó iniciar un nuevo proceso de canonización, pero murió inesperadamente y ya no se continuó tal proceso. De todos modos, en 1583 el nombre de Rosa, como santa, ya estaba incluido en el martirologio romano y muchas iglesias en todo el mundo también le fueron dedicadas. Desde el 4 de septiembre de 1258, día del traslado de sus restos, Viterbo la celebra con tres días de fiesta, prefiriendo esta fecha a la de su muerte, ocurrida el 6 de marzo. Las fiestas comienzan con una solemne procesión y una histórica cabalgata por las calles de la ciudad y terminan con el transporte, dentro de un recorrido establecido en el centro histórico que repite el de la traslación, de la Máquina de Santa Rosa: una gigantesca y pesadísima estructura de madera y tela que representa el traslado de la santa y que cada año es más espectacular, al punto que recientemente ha sido incluida por la UNESCO en el Patrimonio de la Humanidad.

Santa Coleta Boylet 

«Mis ojos están llenos de Jesús a quien he mirado con todo mi amor en el momento de la elevación de la Hostia en la Santa Misa y no quiero sobreponerle ninguna otra imagen».

La obra de santa Coleta Boylet representa uno de los ejemplos más notables de renovación monástica en el contexto de la profunda crisis religiosa occidental acaecida en la época del Gran Cisma, cuando muchas personas, al no encontrar ya orientación o consuelo en las instituciones eclesiásticas, buscaron respuestas en un contacto más inmediato con Dios.

Un verdadero regalo del cielo

Antes de ser un regalo para la gran familia franciscana, Coleta fue un regalo para su familia de origen: cuando nació en 1381, su madre ya tenía 60 años y no había podido tener hijos. Su padre era carpintero en un convento benedictino, así que Coleta – diminutivo de Nicoleta en honor a San Nicolás de Bari al que se le atribuyó la gracia de su nacimiento – creció respirando la gratuidad de Dios. Muy pronto se sintió llamada y comenzó a tener visiones y una gran comunión con Él; a los 9 años el Señor le confió lo que sería la misión de su vida: la reforma de las Clarisas. Pero llevará tiempo. Mientras tanto, Coleta se preparó practicando la caridad y la penitencia, experimentando un amor tan intenso a Dios, que la hacía salir de sí mientras contemplaba extática las verdades de la divina revelación. Por efecto de su oración, Dios realizò varias señales milagrosas incluyendo algunas resurrecciones.

Una vida religiosa «singular»

Huérfana a la edad de 18 años, Coleta fue confiada al Abad de Corbie. La búsqueda del camino para realizar su vocación comenzó con una primera experiencia entre los voluntarios del hospital local, luego se fue con las Clarisas urbanas y, finalmente, llegó con los benedictinos. Coleta, sin embargo, se sentía todavía incierta y muy confundida: no podía encontrar lo que buscaba, su sed de Dios no estaba satisfecha. Conoció luego al padre franciscano Pinet y se convenció de entrar en la Tercera Orden Franciscana. Se hizo encerrar entre los muros de una pequeña habitación junto a la iglesia y allí vivió como una reclusa entre 1402 y 1406, pasando sus días en la oración, la penitencia y cosiendo ornamentos, vestidos y ropas para los pobres. Podía recibir visitas, pero sólo se comunicaba con ellas a través de una rejilla. Como ella misma escribe, el tiempo transcurrido era en parte rico en gracia, en parte en sufrimiento: Coleta, de hecho, se preguntaba cada vez más insistentemente sobre su futuro e inicialmente creyó que estas dudas venían del diablo. Sólo cuando se dio cuenta de que el plan de Dios necesitaba conducirla por ese duro proceso para abrir un camino en su alma, se sintió finalmente libre para tomar una decisión.

La reforma: un retorno a los orígenes

En 1406 Coleta recibió el velo de las Clarisas de manos de Benedicto XIII, considerado en Francia como el Papa legítimo, y pronunció sus votos según la regla de santa Clara. Este fue el comienzo de su profunda labor de reforma de la Orden, que no iba a ser otra cosa que un serio regreso a las costumbres más austeras de los orígenes, a la oración personal y comunitaria, a la vida penitencial ofrecida por la unidad de la Iglesia. El primero en aceptar el nuevo curso fue el monasterio de Besançon; luego nacieron muchas nuevas fundaciones en poco tiempo. Incluso 12 conventos masculinos aceptaron la reforma, sin haber tenido que cambiar a los superiores; al final, su obra fue aprobada por el Ministro General Franciscano y, en 1458, por Pío II. Los «pequeños monasterios», llamados así en su honor, que han llegado hasta nosotros, son unos 140 diseminados por todo el mundo.

 

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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