Santoral: San Malco de Maronea, monje y San Severino de Burdeos, obispo

San Malco, monje

Conmemoración de san Malco, monje, del que san Jerónimo expuso por escrito el testimonio de su ascesis y de su vida en Maronea, cerca de Antioquía de Siria.

Los datos que poseemos sobre san Malco proceden de san Jerónimo, quien afirma haberlos oido de labios del propio santo. Hallándose en Antioquía, hacia el año 375, san Jerónimo visitó la ciudad de Maronia, que distaba unos cincuenta kilómetros, y conoció allí a un anciano muy piadoso llamado Malco (Malek). Interesado por lo que había oído contar sobre él, san Jerónimo interrogó personalmente a Malco, quien le refirió su historia. Había nacido en Nísibis y era hijo único. Desde muy joven, determinó consagrarse enteramente a Dios. Como se sintiese inclinado a casarse, huyó inmediatamente al desierto de Kalkis para reunirse con unos ermitaños. A los pocos años, se enteró de la muerte de su padre y pidió permiso a su abad para ir a consolar a su madre. El abad no vio con buenos ojos el proyecto y advirtió a Malco que se trataba de una sutil tentación del demonio. Malco insistió en que había heredado de su padre algún dinero con el que pensaba contribuir al ensanchamiento del monasterio, pero el abad, que era un hombre de Dios y sabía a qué atenerse, no se dejó persuadir y rogó a su joven discípulo que renunciase al proyecto. Sin embargo, Malco pensó que tenía el deber de ir a consolar a su madre y partió en contra de la voluntad de su abad.

La caravana en la que viajaba Malco fue atacada por los beduinos, entre Alepo y Edesa, y uno de los cabecillas lo tomó prisionero junto con una joven y condujo a ambos al corazón del desierto, más allá del Eufrates. Alli Malco se vio obligado a pastorear los rebaños del beduino, cosa que no le desagradaba. Naturalmente no le gustaba vivir entre gentiles, bajo el terrible sol del desierto al que no estaba acostumbrado. Pero, como él decía: «parecíame mi suerte muy semejante a la del santo Jacob y a la de Moisés, ya que ambos habían sido pastores en el desierto. Me alimentaba de dátiles, queso y leche. Oraba incesantemente en mi corazón y solía cantar los salmos que había aprendido entre los monjes». El amo de Malco, que estaba muy satisfecho con él, pues los esclavos no eran ordinariamente tan obedientes y fáciles de manejar como aquel prisionero, decidió buscarle una compañera. Un miembro de una tribu errante del desierto no podía comprender que un hombre determinase libremente permanecer célibe, ya que los jóvenes que aún no se habían casado, estaban obligados a vivir como criados en la tienda de otro hombre, puesto que únicamente las mujeres podían hacer los trabajos domésticos para atender a los hombres. Cuando el beduino ordenó a Malco que contrajese matrimonio con su compañera de cautiverio, éste se alarmó, dado que era monje y sabía que la joven era casada. Sin embargo, según parece, la joven no se oponía al proyecto. Pero cuando Malco declaró que estaba dispuesto a suicidarse antes que contraer matrimonio, la joven, herida en su amor propio (pues la naturaleza humana es siempre la misma a través de los siglos), le dijo que no tenía el menor interés por él y que podían simplemente fingir que estaban casados para complacer a su amo. Así lo hicieron, por más que la situación no satisfizo del todo a ninguno de los dos. Malco confesó a san Jerónimo: «Llegué a querer a esa mujer como a una hermana, pero sin poder tenerle la confianza que se tiene a una hermana».

Un día en que Malco se entretenía en observar un hormiguero, se le vino a la cabeza la idea de que la vida ordenada y laboriosa de los monjes se asemejaba mucho a la de una colonia de hormigas. Ese recuerdo le entristeció mucho, pues recordó cuán feliz había sido entre los monjes. Aquélla misma noche, al volver del pastoreo, dijo a su compañera que estaba decidido a huir. Ella, que quería también ir a reunirse con su marido, resolvió partir con Malco. Así pues, ambos huyeron juntos una noche, llevando sus provisiones en dos pellejas de cabra. Inflando las pellejas, consiguieron atravesar el Eufrates. Pero, al tercer día de marcha, divisaron a su amo y a otro hombre, que venían en su busca, jinetes en sendos camellos. Inmediatamente se escondieron cerca de la entrada de una caverna. El amo de Malco, imaginando que se habían refugiado allí, envió a su compañero a buscarlos. Como éste no volviese, el beduino penetró en la caverna y tampoco volvió a salir. ¡Cuál no sería el asombro de Malco y su compañera cuando vieron salir de la caverna una leona con su cachorro en el hocico y dentro encontraron a los dos beduinos muertos! Inmediatamente se apoderaron de los camellos y partieron con la mayor rapidez posible.

Al cabo de diez días, llegaron a un campamento romano en Mesopotamia. El capitán, a quien refirieron su historia, los envió a Edesa. San Malco retornó más tarde a su ermita de Kalkis y fue a terminar sus días en Maronia, donnde le conoció san Jerónimo. Su compañera de cautiverio no consiguió encontrar a su marido. Entonces, acordándose del amigo con el que había compartido tantas penas y que la había ayudado a escapar, fue a establecerse cerca de él, sin impedirle el servicio de Dios y de sus prójimos. Ambos murieron a edad muy avanzada.

En Acta Sanctorum, oct., vol. IX, puede verse el texto de san Jerónimo ampliamente comentado. Un monje de Canterbury, Reginaldo (quien falleció hacia 1110), compuso varios poemas sobre san Malco; cf. The Oxford Book of Medieval Latin Verse (1928), pp. 73-75, y p. 221, núm. 50. En Classical Bulletin, 1946 (Saint Louis, U.S.A.), pp. 31-60, puede verse el texto y una traducción inglesa. Dichos poemas son de poco valor histórico, ya que fueron compuestos probablemente con miras a la edificación. 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

San Severino de Burdeos, obispo

En Burdeos, de Aquitania, san Severino, obispo, el cual, originario de las regiones de Oriente, fue recibido calurosamente por san Amando, quien le quiso como su sucesor.

Según Venancio Fortunato, que escribió su vida en el siglo VI, se trataba de un obispo de Tréveris -que era en ese momento capital del Imperio- invitado por un ángel a trasladarse a Burdeos. Se trata seguramente de una alusión a la invasión de Tréveris en el 407, que castiga severamente a la ciudad, y que motivó que la administración imperial la abaandonara por varias décadas.

 

El obispo de Burdeos, san Amando, recibe al de Burdeos y se retira de su cargo, posiblemente ante el prestigio de aquel que era obispo de la capital. Sin embargo el retiro fue temporal, ya que san Severino muere un 21 de octubre, posiblemente hacia el 420. La vida escrita por Venancio Fortunato estuvo perdida durante siglos, y recién fue descubierta de nuevo en 1902; mientras tanto se contaba con la noticia transmitida por san Gregorio de Tours, quien había confundido la historia de san Severino de Tréveris-Burdeos con la de san Severino de Colonia, de apenas unos años antes. Por ese motivo, en el Martirologio Romano anterior aparecían mezclados en uno solo los dos personajes, y celebrados el 23 de octubre. En el martirologio actual se han separado las dos historias, y se celebra el de Burdeos el 21 de octubre y el de Colonia el 23.

 

La Vida de san Severino escrita por Venancio Fortunato fue descubierta y publicada por Dom Quentin en 1902 («La plus ancienne Vie de S. Seurin»), y es considerada fidedigna. No he tenido acceso a este texto sino al escueto resumen que realiza Jacques Baudoin en Grand livre des saints: culte et iconographie en Occident, pág 437. Allí mismo se reproduce el alabastro de 1444 que ilustra esta noticia, y que representa la llegada desan Severino a Burdeos y su encuentro con san Amando, obra que se encuentra en la iglesia de San Severino, en Burdeos. Ver también la noticia de Butler-Guinea sobre san Severino de Burdeos, el 23 de octubre, donde explica la confusión y amplía la bibliografía.

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

    Related Posts

    Santoral: San Esteban de Cuneo, San Nicolás Tavelic, Deodato Aribert y Pedro de Narbone y Beato Juan de Licio, religioso presbítero

    Santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de Cúneo y Pedro de Narbone, presbíteros y mártires En Jerusalén, santos Nicolás Tavelic, Deodato Aribert, Esteban de Cúneo y Pedro de Narbone, presbíteros de…

    Evangelio del día: Viernes de la Trigésimo segunda semana del Tiempo Ordinario

    Evangelio según San Lucas 17,26-37. Jesús dijo a sus discípulos:«En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé.La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día…

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *