Santoral: Mártires Ingleses y Beatos Francisco Pacheco y ocho compañeros, religiosos mártires

Mártires Ingleses

Fueron hombres y mujeres, clérigos y laicos que dieron su vida por la fe entre los años 1535 y 1679 en Inglaterra.    Ya habían surgido dificultades entre el trono inglés y la Santa Sede que ponían los fundamentos de una previsible ruptura.

Luego vinieron los problemas de ruptura con Roma en tiempos de Enrique VIII, con motivo del intento de disolución del matrimonio con Catalina de Aragón y su posterior unión con Ana Bolena, a pesar de que el rey inglés había recibido el título de Defensor de la Fe por sus escritos contra la herejía luterana en el comienzo de la Reforma.

Pero fue sobre todo en la sucesión al trono, después de la muerte de María, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, cuando comienza a reinar en Inglaterra Isabel, cuando se desencadenan los hechos persecutorios a cuyo término hay que contar 316 martirios entre laicos hombres, mujeres y clérigos.-    Primero fueron dos leyes: El Decreto de Supremacía, y el Acta de Uniformidad (1559). Por ellas el Trono se arrogaba la primacía en lo político y en lo religioso. Así la Iglesia dejaba de ser «católica» -universal- pasando a ser nacional -inglesa- cuya cabeza, como en lo político era Isabel.

Fue interpretado como una desvinculación de Roma, una herejía, una cuestión de renuncia a la fe que no podía aceptarse en conciencia. De este modo, quienes se negaban al mencionado juramento  o quienes lo rompían quedaban ipso facto considerados como traidores al rey y eran tratados como tales por los que administraban la justicia.

Vino la excomunión a la reina por el Papa Pío V (1570). Se endurecían las presiones hasta el punto de quedar prohibido a los sacerdotes transmitir al pueblo la excomunión de la Reina Isabel I.  En Inglaterra se emanó un Decreto (1585) por el que se prohibía la misa y se expulsaba a los sacerdotes.

Bastaba con sorprender una reunión clandestina para decir misa, unas ropas para los oficios sagrados descubiertas en cualquier escondite, libros litúrgicos para los oficios, un hábito religioso o la denuncia de los espías y de malintencionados aprovechados de haber dado hospedaje en su casa a un misionero para acabar en la cuerda.

No se relatan aquí las hagiografías de Juan Fisher, obispo de Rochester y gran defensor de la reina Catalina de Aragón, o del Sir Tomás Moro, Canciller del Reino e íntimo amigo y colaborador de Enrique VIII, -por mencionar un ejemplo de eclesiástico y otro de seglar.

Ana Line fue condenada por albergar sacerdotes en su casa; antes de ser ahorcada pudo dirigirse a la muchedumbre reunida para la ejecución diciendo: «Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá donde recibí uno hubiera podido recibir a miles, y no me arrepiento por lo que he hecho». Las palabras que pronunció en el cadalso Margarita Clitheroe fueron: «Este camino al cielo es tan corto como cualquier otro».    Margarita Ward entregó también la vida por haber llevado en una cesta la cuerda con la que pudo escapar de la cárcel el padre Watson. Y así, tantos y tantas… murieron mártires de la misa y del sacerdocio.

En la Inglaterra de hoy tan modélica y proclive a la defensa de los derechos del hombre hubo una época en la que no se respetó la libertad de conciencia de los ciudadanos y, aunque las medidas adoptadas para la represión del culto católico eran las frecuente y lastimosamente usadas en las demás naciones cuando habían de sofocar asuntos políticos, militares o religiosos que supusieran traición, pueden verse aún hoy en los archivos del Estado que las causas de aquellas muertes fue siempre religiosa bajo el disimulo de traición.

Y, después de la sentencia condenatoria, los llevaban a la horca, siempre acompañados por un pastor protestante en continua perorata para impedirles hablar con los amigos o rezar en paz.

Oremos

Señor y Dios nuestro, que nos das constancia en la fe y fortaleza en la debilidad , concédenos por el ejemplo y los méritos de los santos mártires ingleses participar en la muerte y resurrección de tu Hijo para que también gocemos contigo, en compañía de tus mártires, de la plena alegría de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

  Beatos Francisco Pacheco y ocho compañeros, religiosos mártires

 En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Francisco Pacheco, presbítero, junto con ocho compañeros de la Orden de la Compañía de Jesús, que fueron quemados vivos por quienes odiaban la fe cristiana. Estos son los nombres: Baltasar de Torres y Juan Bautista Zola, presbíteros; Pedro Rinsei, Vicente Kaun, Juan Kisaku, Pablo Kinsuke, Miguel Tozo y Gaspar Sadamatsu, religiosos.

Aunque el rey de Arima, Japón, no puso en vigor inicialmente los decretos imperiales de 1616 contra el cristianismo sino que, disimulando, dejó seguir clandestinamente con su apostolado a los misioneros, en su ida a la corte imperial en 1625 al oír qué trato se daba en otros sitios a los cristianos, se asustó de su propia tolerancia y desde la corte dio orden de que empezara en su reino la persecución anticristiana, como así se hizo. Por medio de un apóstata se tuvo noticias de los misioneros y de los cristianos y comenzaron las redadas, la primera de las cuales fue el 18 de diciembre de 1625.

Ese día fue apresado el P. Francisco Pacheco, provincial de la Compañía de Jesús y vicario general de la diócesis, que había fijado su residencia en el puerto de Cochmotzu, hospedándose en casa de unos sinceros cristianos. Arrestado junto con un grupo de cristianos, fueron todos ellos llevados a dos embarcaciones. Cuatro días más tarde fueron arrestados el P. Juan Bautista Zola, también jesuita, y otro grupo de cristianos. Todos fueron encerrados en la fortaleza de Ximabara, donde comenzaron a pasar frío y otras penalidades, hasta que llegó orden de que se les diera buen trato. El 15 de marzo de 1626 hubo la tercera redada, en la que, mientras decía misa, cayó preso el P. Baltasar de Torres, igualmente de la Compañía de Jesús, y lo llevaron a una prisión tipo jaula.

 

El día 17 de junio las autoridades revisaron las causas seguidas contra los misioneros y sus compañeros y concluyeron que debían ser quemados vivos, lo que tuvo lugar en Nagasaki el día 20 siguiente. Fueron beatificados el 7 de julio de 1867. Damos algunos datos de los mártires de aquel día, todos ellos religiosos jesuitas:

 

Francisco Pacheco nació en Ponte de Lima, Portugal, el año 1565 en el seno de una noble familia Llevado de su gran espiritualidad, muy joven hizo el voto de ser mártir y cuando era estudiante en Lisboa y vio a cuatro japoneses que volvían de Roma de visitar al Papa, porque eran católicos, decidió dedicarse a las misiones del Japón. Con ese deseo entró en la Compañía de Jesús el 1 de enero de 1586. Hechos los votos religiosos y los estudios, se ordenó sacerdote y la superioridad accedió a su deseo y lo envió a Japón, donde llegó en 1604. Conoció primero la libertad religiosa y en su ámbito hizo un fecundo apostolado y luego pasó por numerosos avatares cuando se desató la persecución. Tuvo que pasar más de un año en un escondite, del que salía sólo por las noches.

 

Baltasar De Torres había nacido en Granada, España, el 14 de diciembre de 1563 en el seno de una noble familia. Pasa de niño a Ocaña, de donde su padre fue gobernador, y estudia en el colegio que la Compañía de Jesús tenía en aquella población, donde le llega su vocación religiosa. Ingresó a los 16 años en el noviciado de Navalcarnero. Hechos los votos, estudió filosofía en el colegio de Huete y fue destinado al de Cuenca como maestro de gramática. Luego pasó a Alcalá para estudiar teología y le fue aceptado su ofrecimiento de ir a las misiones. Ordenado ya de diácono, con los tres japoneses que volvían de Roma, marchó a Oriente y ordenado sacerdote entró por fin en Japón el año 1600. Trabajó en Meaco, Osaka, Ganga, Noto y Zu con mucho fruto espiritual. Cuando llegó la persecución de 1614 se quedó clandestinamente en el Japón hasta que fue arrestado y sometido a juicio para pasar de ahí al martirio.

 

Juan Bautista Zola nació en Brescia, Italia, en 1575. Ingresó en su juventud en la Compañía de Jesús y, habiéndose ofrecido para las misiones, pasó primero a la India en 1602 y dos años más tarde al Japón. En 1614 se quedó de forma clandestina en el reino de Arima, donde continuó su trabajo apostólico. Pidió a dos compañeros jesuitas que fueron martirizados antes que él que intercedieran ante Dios para que le fuera concedida la gracia del martirio, y ellos se lo prometieron por carta.

 

Pedro Rinsei era natural de Arima y se había criado con los jesuitas desde pequeño, convirtiéndose en su colaborador y acompañante, sobresaliendo como refutador del paganismo.

 

Vicente Kaun era un coreano que con 13 años marchó al Japón, donde conoció el cristianismo y se convirtió, criándose

con los jesuitas. Fue un insigne colaborador de los misioneros y catequista, poniendo al servicio del evangelio su conocimiento del coreano, el japonés y el chino.

 

Juan Kisaku era natural de Cochinotzu y había sobresalido como notable catequista y compañero de los misioneros, con los que se había criado y de quienes no quiso separarse cuando con ellos fue arrestado y pudo obtener la libertad.

 

Pablo Kinsuke era también de Arima y compañero del P. Provincial en las tareas apostólicas, estando muy preparado en su labor catequística.

 

Miguel Tozo era, igualmente, del Estado de Arima y había acompañado a los jesuitas en sus tareas apostólicas, siendo apresado cuando ayudaba al P. Torres.

 

Gaspar Sadamatsu, natural del Estado de Omura, era un hombre culto y versado en la religión del país. Durante cuarenta años ejerció su labor apostólica y catequética.

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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