Santoral: Beata Marthe Robin y San Wilibordo de Utrecht

Marta Robin, vivió 50 años postrada en cama sin comer ni beber ni dormir; sólo se alimentaba de la Eucaristía

Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en Marta Robin la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que ellos impiden en sí los efectos de este alimento. Bloquean sus efectos»

* La Ciencia nunca pudo dar una respuesta sensata a las manifestaciones que tenía esta campesina francesa

2 de agosto de 2011.- ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. No logra ver. Es incapaz de distinguir objetos y no soporta la más mínima claridad. Sus brazos permanecerán rígidos de por vida salvo una ligera movilidad en las falanges de sus dedos. Su cabeza está como sin vida, sin posibilidad de girar a izquierda o derecha, y las piernas quietas, como plegadas sobre sí mismas, sin la más mínima acción. Además, todos los viernes se le aparecen estigmas en pies y manos.También en el costado derecho junto a la línea mediana. Y la mayoría de esos viernes aparecen unas llagas que sangran.Apenas podía moverse en la cama. Estaba como inmóvil.Un caso extraordinario, único.

Se llamaba Marta Robin, y era una campesina francesa que nació el 13 de marzo de 1902 en el departamento de la Drôme, en Châteauneuf-de-Galaure, cerca de los Alpes, y murió el 6 de febrero de 1981. Nunca abandonó la casa paterna. Marta era una sencilla mujer que tenía como talento más destacado el de bordar. No tenía gran cultura. Apenas leía y no había recibido clases de teología o filosofía. Era una chica de campo. Se está estudiando su beatificación. En 1936 fundó los Foyers de charité (casas de retiro espiritual), que se han extendido por 70 países y ayudó a miles de personas, organizando retiros espirituales y enviando paquetes de ayuda a encarcelados y a las misiones. Ofrecemos el resumen testimonial de su vida en un reportaje escrito y en un vídeos además de dos libros para leer con tranquilidad: “Retrato de Marta Robin” de Jean Guitton y “Marta Robin, un milagro viviente” escrito por el P. Ángel Peña O.A.R.

(Álex Rosal / Religíón en libertad) A casa de Marta Robin llegaban cada día decenas de personas que querían hablar con ella para pedirle consejo, una palabra de esperanza o, simplemente, un consuelo… Ministros, médicos, jueces, obispos, empresarios, campesinos, todos querían recibir una solución a las preocupaciones que llevaban consigo. A su casa entraban todos. También los pobres y marginados. Y los niños, por supuesto, que solían trepar por la cama. Se calcula que más de 100.000 personas pudieron hablar con Marta a lo largo de su vida.

Consejos para todos

Marta Robin Marta permanecía todo el día en su oscura habitación, con las cortinas corridas, haciendo de freno a cualquier rayo de luz que se intentará colar. Siempre inmóvil, recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones que elevaban su espalda y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre sí misma y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis.

Sin probar en todo el día ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver. Vivía en una permanente oscuridad. Su trabajo era «recibir», y sus visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz. Quienes la conocieron dicen de ella que modulaba gran cantidad de sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil, juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo que más sorprendía a los visitantes era ese cambio, a veces, brusco, del registro de voz.

Con los políticos hablaba de sus cosas, o sea, la gestión de lo público, las batallitas de unos y otros, lo de siempre; con los obispos, de los problemas de conciencia que le traían. Con los campesinos y ganaderos de sus quebraderos de cabeza con las cosechas, la venta de los terneros, la leche de las vacas, en fin, lo del campo.

 

Curiosos y médicos

Solía repetir: «No pertenezco al sindicato de las echadoras de cartas». Y era verdad. No era ni una pitonisa o ni una curandera. Muchos la definieron como mística. Una «Catalina Emmerich» del siglo XX. Una mujer capaz de hacer coincidir en su persona el cielo y la tierra. En cierta ocasión, una de sus visitas, tras hablar con ella unos minutos y contarla sus preocupaciones, exclamó: «Fuera no hay más que problemas. Junto a ella no hay más que soluciones, ¿por qué será así?».

Marta Robin Aunque podía estar en un plano sobrehumano, tenía los pies en la tierra. A veces recomendaba a algún amigo que la frecuentaba: «Cierre la puerta de su casa y hágase el enfermo, que lo veo cansado». Otras, se preocupaba por lo difícil que era para los labriegos ganar un jornal. El filósofo Jean Guitton, asiduo a la compañía de Marta, llegó a decir: «Cada uno en aquella habitación se sentía unido a sí mismo, a los otros y a Dios».

Entre las miles de visitas que recibió Marta muchas tenían un ingrediente detectivesco. ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. Decenas de médicos, muchos de ellos ateos, pasaron por su habitación para diagnosticar una locura, un estado de ansiedad desproporcionado o cualquier otro tipo de enfermedad mental. Pero nada de nada. La ciencia no fue capaz de explicar que le pasaba a esta pequeña campesina.

El jueves revivía la Pasión de Cristo

Marta Robin La «semana» de Marta comenzaba los martes con la Eucaristía. No lograba tragar la hostia que se le colocaba en la boca. Era absorbida sin que ella pudiera engullirla. «Es como si un ser vivo entrará en mí», decía Marta. A partir de ahí entraba en un estado de éxtasis que podía durar horas. «Después de comulgar sucede que siento una renovación pero no necesariamente en cada ocasión, pues puede ocurrir también fuera de la comunión». En otro momento comentó: «Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que ellos impiden en sí los efectos de este alimento. Bloquean sus efectos».

El jueves era el otro día «grande» para Marta. Revivía semanalmente la Pasión. Sus ojos comenzaban a llorar sangre, uniéndose así a las llagas de sus manos, pies y costado que tampoco cesaban de expulsar líquido durante todas las noches de la semana.

A las veintiuna horas, con la puntualidad que marca un reloj, comenzaba a murmurar débilmente: «Padre mío, Padre mío, que se aparte de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad». A continuación se producía como un gemido o una melopea melódica en tres notas, que, según los presentes, «podía compararse a los pequeños gritos que da un recién nacido».

La Pasión contada por el sacerdote que le atendía

El padre Georges FinetEl Padre Finet, fiel colaborador de Marta, y testigo de esta Pasión semanal, cuenta su experiencia: «Yo volvía el viernes hacia las dos de la tarde. Para reproducir las tres caídas de la Pasión, Marta había sido movida. Yo la tornaba a su posición; ponía su cabeza en la almohada. Esa cabeza caía sobre el cojín, donde ordinariamente había un chal blanco. Añadiré que, en el momento de la estigmatización, a comienzo de octubre de 1930, Jesús, no sólo la marcó aquel día con los estigmas en los pies, las manos y el costado derecho, sino que además le encasquetó su corona de espinas profundamente en la cabeza, y Marta se puso a sangrar no sólo de los pies, manos y costado, más igualmente en toda su cabeza; y comenzó a verter cada noche lágrimas de sangre. Fue en ese momento cuando Jesús le dijo que la había elegido para que ella viviera su pasión más que nadie,después de la Virgen, y que nadie después la viviría más totalmente. Jesús añadió que cada día aumentaría más su sufrimiento y que, por esto, no dormiría jamás durante la noche». 

A la hora que llegaba el Padre Finet, el viernes, se cerraba el ciclo de la Pasión. Marta, que hasta el momento había lanzando continuos gemidos de dolor, cesaba sus quejidos y repetía las palabras de Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu». En ese momento daba un profundo suspiro para quedarse completamente inmóvil, sin apenas respiración. Tras dos horas como muerta, Marta volvía a gemir. Esos gemidos se prolongaban hasta la tarde del lunes. A partir de ahí, y hasta el martes, Marta entraba en un éxtasis del que salía con dificultad y con ayuda del Padre Finet: «Hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por María, madre nuestra, os lo ordeno: volved a nosotros».

Sufrimientos morales, sobre todo

Marta solía comentar que sus sufrimientos físicos no podían compararse con los padecimientos que sentía en el orden moral. La Pasión de los viernes era para ella como una entrada en las tinieblas que le provocaba una gran desolación. De alguna manera sentía que representaba a la humanidad del siglo XX que había oficializado la ruptura con Dios, y experimentaba en su propio ser ese abandono.

Al morir Marta en 1981, pocos fueron los que se enteraron, y menos la prensa. Otra historia ocultada. Lo extraordinario de su caso lo dejó dictado: «Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad es divina. Y, ¡cuánta agonía de la voluntad para morir a mí misma! Jesús se hacia tan tierno para un alma sangrante, tomando sobre él todo lo penoso de la prueba, dejándome el mérito de seguirle sin resistencia».

 

San Wilibordo de Utrecht, abad y obispo

En Echternach, de Austrasia, sepultura de san Wilibordo, inglés de nacimiento, que ordenado obispo de Utrecht por el papa san Sergio I, predicó el Evangelio en Frisia y en Dinamarca, y fundó sedes episcopales y monasterios hasta que, agobiado de trabajo y gastado por la edad, se durmió en el Señor dentro de los muros de un monasterio por él levantado.

San Wilibrordo nació en Nortumbría en el 658. Antes de cumplir los siete años, sus padres le enviaron al monasterio de Ripon, gobernado entonces por san Wilfrido. A los veinte años, Wilibrordo emigró a Irlanda, donde se reunió con san Egberto ysan Wigberto, quienes habían ido a estudiar en las escuelas conventuales de dicho país, en busca de una vida monacal más perfecta. Con ellos estudió san Wilibrordo durante siete años las ciencias sagradas. San Egberto tenía la intención de trasladarse al norte de Alemania para predicar el Evangelio, pero no pudo realizar su proyecto. Su compañero, san Wigberto, volvió a Irlanda al cabo de dos años de evangelizar sin éxito alguno. Entonces san Wilibrordo, quien tenía treinta y un años y acababa de recibir la ordenación sacerdotal, pidió a sus superiores que le enviasen a esa misión tan ardua y peligrosa. Sus superiores accedieron, y Wilibrordo partió con otros once monjes ingleses, entre los que se contaba san Wigberto.

 

El año 690, desembarcaron en la desembocadura del Rin; de allí se dirigieron a Utrecht y después a la corte de Pipino de Heristal, quien los alentó a evangelizar la región de la baja Frieslandia, situada entre el Mosa y el mar. Pipino había arrebatado esa región al pagano Radbodo. San Wilibrordo fue antes a Roma, donde se postró a los pies del papa san Sergio I y le pidió permiso de evangelizar las naciones idólatras. El Pontífice le concedió amplia jurisdicción y le dio reliquias para la consagración de iglesias. San Wilibrordo y sus compañeros predicaron con éxito en la región de Frieslandia que los francos habían conquistado. San Wilfrido consagró obispo a san Wigberto en Inglaterra. Tal vez ello molestó a Pipino, porque Wigberto partió pronto a evangelizar a los boructvaros, una tribu germánica. Pipino envió entonces a san Wilibrordo a Roma, con una carta en la que recomendaba al Papa que le consagrase obispo.

 

San Sergio le recibió con grandes honores, sentado en la cátedra de San Pedro, cambió el nombre del santo por el de Clemente y le ordenó obispo de los frisios en la basílica de Santa Cecilia, el día de la fiesta de esta santa, en el año 696. San Wilibrordo sólo permaneció en Roma dos semanas antes de volver a Utrecht, donde fijó su sede y construyó la iglesia del Salvador. El celo infatigable con que trabajó por la conversión de los paganos, demostró que con la consagración episcopal había recibido del cielo una gracia especial para ensanchar el Reino de Díos. Algunos años después de su consagración, ayudado por Pipino y por la abadesa santa Irmina, fundó en Luxemburgo la abadía de Echternach, que pronto se convirtió en el centro de su influencia.

 

San Wilibrordo misionó también en la Frieslandia superior, donde todavía reinaba Radbodo y llegó hasta Dinamarca; pero lo único que consiguió allí fue comprar a treinta jóvenes daneses, a quienes instruyó, bautizó y llevó consigo en su viaje de vuelta. Alcuino cuenta que, en ese viaje, una tempestad desvió al navío hacia la isla de Heligoland, que los daneses y los frisios consideraban como tierra sagrada. En aquella isla constituía un sacrilegio matar a los animales, comer los productos de la tierra y sacar agua de las fuentes, sin observar profundo silencio. Para desengañar a los habitantes, san Wilibrordo mató algunos animales para dar de comer a sus acompañantes y bautizó a tres personas en una fuente, pronunciando en voz alta las palabras rituales. Los idólatras, que creían que san Wilibrordo se iba a volver loco o iba a caer muerto en el acto, no sabían si atribuir a la clemencia o a la impotencia de su dios, el hecho de que nada sucediese al santo. Finalmente, decidieron informar del suceso a Radbodo, quien mandó echar suertes para elegir a una víctima cuyo sacrificio aplacase al dios. La suerte recayó sobre un miembro de la comitiva de san Wilibrordo, que fue sacrificado por la superstición del pueblo y murió mártir de Jesucristo. Después de Heligoland, san Wilibrordo visitó Walcheren, donde, con su caridad y paciencia, convirtió a muchos paganos. Cuando derribó y destruyó a un ídolo, uno de los sacerdotes paganos le persiguió para darle muerte, pero el santo consiguió escapar y volvió sano y salvo a Utrecht. El año 714 nació Carlos Martel, hijo de Pipino el Breve, quien fue más tarde rey de los francos. San Wilibrordo le bautizó y, según cuenta Alcuino, predijo que su gloria superaría a la de todos sus predecesores.

 

El año 715, Radbodo reconquistó la parte de Frieslandia que había perdido y perjudicó mucho a la obra de san Wilibrordo, pues destruyó iglesias, mató misioneros y obligó a muchos a apostatar. San Wilibrordo tuvo que huir, pero Radbodo murió el año 719, y el santo pudo predicar de nuevo con entera libertad en toda la región. San Bonifacio le ayudó en ese trabajo, ya que pasó tres años en Frieslandia antes de ir a Alemania. Beda dice en su historia, escrita hacía el año 731: «Wilibrordo, llamado también Clemente, vive todavía. Es un anciano venerable, que lleva treinta y seis años de ser obispo y suspira por el premio celestial, tras haber superado muchas pruebas espirituales». El beato Alcuino le describe como hombre de estatura regular, de aspecto venerable y elegante, de palabra y carácter llenos de gracia y alegría, prudente en el consejo, incansable en la predicación y el ministerio apostólico, atento siempre a no descuidar la oración pública, la meditación y la lectura espiritual. San Wilibrordo y sus compañeros implantaron la fe en muchas regiones de Holanda y de los Países Bajos, en las que san Amando y san Lebvino no llegaron a penetrar. Gracias a sus labores, los frisios, que constituían un pueblo bárbaro y rudo, se civilizaron y progresaron en la virtud, poco a poco. Con frecuencia se califica al santo de «Apóstol de Frisia», título al que tiene perfecto derecho, pero no hay que olvidar que san Wigberto desempeñó también un papel muy importante en los primeros años de la misión y aun parece haber sido la principal cabeza. Por lo demás, los frisios, como los otros pueblos, no se convirtieron con la rapidez que los hagiógrafos medievales suponen. «Wilibrordo fue para Inglaterra lo que Columba había sido para Irlanda, ya que inauguró un siglo de influencia espiritual de Inglaterra en el continente» (W. Levison).

 

San Wilibrordo acostumbraba ir de vez en cuando a hacer un retiro en Echternach. Al fin de su vida, se retiró definitivamente a dicho monasterio, donde murió a los ochenta y un años de edad, el 7 de noviembre del 739. Fue sepultado en la iglesia abacial, que desde entonces se convirtió en sitio de peregrinación. En dicho santuario se celebra, el miércoles de Pentecostés, una curiosa ceremonia llamada «la danza de los santos». No sabemos qué origen tiene, pero lo cierto es que se ha llevado a cabo desde 1553 hasta el presente (excepto de 1786 a 1802). Se trata de una procesión que va desde el puente del Sure hasta el santuario. Los participantes, en filas de cinco y tomados de la mano, avanzan bailando al son de la música; por cada tres pasos que dan hacia adelante dan dos hacia atrás. En la procesión toman parte sacerdotes, religiosos y aun obispos, y la ceremonia termina con la bendición del Santísimo. Cualesquiera que sean sus orígenes, el hecho es que la procesión reviste actualmente un carácter penitencial y tiene por fin rogar por los epilépticos y por todos los que sufren enfermedades mentales. La fiesta de san Wilibrordo se celebra también en Holanda y en la diócesis inglesa de Hexham.

 

El artículo del P. Poncelet en Acta Sanctorum, nov., vol. III, merece todo encomio no sólo por su claridad, sino también por el conocimiento magistral que posee el autor sobre todo el período. El P. Poncelet habla de las alabanzas que tributaron a san Wilibrordo sus contemporáneos (Beda, san Bonifacio, etc.) y publica íntegramente el texto de Alcuino, revisado críticamente, así como la biografía de Teofrido, abad de Echternach, aunque esta última añade apenas nada a las otras fuentes históricas. Es de notar que en el Manuscrito Epternach del Hieronymianum (MS Paris Latin 10837) hay otro calendario que contiene una nota escrita por el propio san Wilibrordo el año 728, en la que afirma que él, Clemente, cruzó el mar el año 690 y fue consagrado obispo por el papa Sergio, en Roma, el año 696. Véase sobre éste y otros detalles el «Calendar of St. Willibrord», editado por H. A. Wilson en la Henry Bradshaw Society (1918). Acerca de «la danza de los santos», la tradición sigue vigente: puede verse una pequeña introducción histórica y sobre la realización actual en el web de Luxemburgo dedicado al santo (en varios idiomas). En 1934 Levison incluyó en la continuación de Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. xxx (pp. 1368-1371) una colección de milagros atribuidos al santo. En la iglesia de Santa Gertrudis de Utrecht se descubrieron ciertas presuntas reliquias de san Wilibrordo; W. J. A. Visser las describió; acerca de esto véase Analecta Bollandiana, vol. III (1934), pp. 436-437.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Anglosajón de la Nortumbria, hijo de un noble, se formó en el monasterio de Ripon con san Wilfrido, y de él aprendió los dos ideales que fueron el norte de su vida: la fidelidad a Roma y las ansias misioneras, el ancla y el vuelo, la raíz y las alas.   Cuando su maestro estaba empeñado en conflictos de jurisdicción, pasó a Irlanda, y allí le encontramos en Rathmelsigi, donde se le ordena de sacerdote en el 688. Dos años después, con doce monjes más, irá a evangelizar aquella Europa bárbara e idólatra por la que se sentía llamado.   Frisia ya había oído la voz de Wilfrido, pero será Wilibrordo el gran apóstol de estas tierras; el Papa Sergio I (tras una estancia en Roma, porque quiere que todas sus empresas tengan la bendición del sucesor de Pedro) le consagra arzobispo con sede en Utrecht, y hacia el año 700 establece un segundo centro misional en el monasterio de Echternach, en el Luxemburgo.   La evangelización se apoya, como suele ocurrir, en situaciones políticas más o menos inestables (el mayordomo de palacio del rey de los francos, Pipino de Heristal, fue uno de sus sostenes), y cuando los frisones se alzan contra los francos Wilibrordo y los suyos tienen que replegarse por un tiempo.   Hasta que con la paz vuelven a su labor, exploran Dinamarca y otros reinos vecinos, y antes de morir el santo ve asegurada la continuidad con el joven san Bonifacio, otro anglosajón que evangelizará la Germania. El camino que señaló Wilfrido lo anduvo Wilibrordo hasta que otro gran misionero de las islas, Bonifacio, amplía el horizonte sabiendo que otros también le sucederán.

 

Oremos

Dios y Señor nuestro, que con tu amor hacia los hombres quisiste que San Vilibrodo anunciara a los pueblos la riqueza insondable que es Cristo, concédenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

 
  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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