
Evangelio según San Lucas 24,1-12.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'».
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.
«Tú iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor» (Colecta)
«¡Alégrese el cielo, goce la tierra!» (cf SL 95,11). Este día ha brillado para nosotros con el resplandor del sepulcro más que si resplandeciera con el sol. ¡Qué los infiernos aclamen porque a partir de ahora tienen una salida; qué se gocen porque para ellos hoy es el día de la visita; qué exulten porque después de siglos y siglos han visto una luz que no conocían, y en la oscuridad de su profunda noche, por fin, han respirado! Oh luz bella que se ha visto clarear desde la cima del cielo blanqueado…, has revestido de su súbita claridad «a los que vivían en tinieblas y sombras de muerte »(Lc 1,79). Porque al descender Cristo a los infiernos, su eterna noche ha resplandecido inmediatamente y han cesado los lamentos de los afligidos; las ataduras de los condenados se han roto y caído; los espíritus malignos se han sobrecogido de estupor, como abatidos por un trueno… Desde que Cristo ha descendido, las porteras sombras, ciegas en su negro silencio y encorvadas por el temor, murmuran entre ellas: «¿Quién es éste, temible, resplandeciente de blancura? Jamás nuestro infierno no ha recibido otro semejante; jamás el mundo no ha arrojado otro semejante en nuestro abismo… Si fuera culpable, no sería tan audaz. Si algún delito lo ennegreciera, jamás podría disipar nuestras tinieblas con su resplandor. Pero si es Dios, ¿qué hace en la tumba? Si es hombre, ¿cómo se atreve? Si es Dios ¿por qué viene? Si es hombre ¿cómo libera a los cautivos?… ¡Oh cruz, que desbaratas nuestros placeres y das a luz nuestra desdicha! El madero nos enriqueció y el madero nos arruina. ¡Ha perecido este gran poder siempre temido por los pueblos!»
Eusebio el Galicano (siglo V)
monje, obispo