
Evangelio según San Juan 14,7-14.
«Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: ‘Muéstranos al Padre’?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.»
Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré.»
¡Pidamos la Vida eterna!
El que pide a Dios lo único que importa y lo busca, puede hacerlo con confianza, sin temor de no ser escuchado. Fuera de ese bien, puede que su oración no sea escuchada. Ese bien único, es la única Vida verdaderamente feliz. En esa Vida en la que seremos inmortales e incorruptibles de cuerpo y de espíritu, contemplaremos para siempre las delicias del Señor. En función de ella, tenemos que buscar las otras cosas y pedirlas. El que la poseerá, tendrá todo lo que quiera y sólo podrá desear lo bueno, ya que es la fuente de toda vida. En la oración, tenemos que tener sed de esa Vida, en tanto vivimos en la esperanza sin ver todavía lo que esperamos. Vivimos protegidos por las alas del Señor, hacia el que sube todo nuestro deseo de ser embriagados por la abundancia de su casa y beber en el manantial de sus delicias. Porque en Dios se encuentra la fuente de la Vida y en su luz veremos la luz (cf. Sal 35,8-10). Entonces nuestros deseos serán saciados y no tendremos que buscar más gimiendo, sino sólo permanecer en nuestra alegría. (…) ¿Cómo describir el objeto de nuestros deseos, si no lo conocemos? Cierto, si lo desconociéramos totalmente, no podríamos desearlo. Ya no tendremos que desearlo o buscarlo gimiendo, cuando lo contemplemos.
San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia