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Evangelio según San Marcos 7,14-23.
Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!».
Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola.
El les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo,
porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?». Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro.
Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino.
Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».
Lo que hace impuro al hombre
“El que concibe malicia, engendra maldad, y sus entrañas están grávidas de mentira” (Jb 15,35). Los lamentables engaños los concibe cuando medita sus perversidades. Da lugar a la iniquidad cuando realiza lo que ha meditado. Sus lamentables engaños los concibe en la envidia, la iniquidad la produce con la calumnia. Iniquidad muy grave, ya que quiere demostrar que los perversos son los otros, con el fin de aparecer él mismo como santo, demostrando que los otros no lo son. Hay que saber también, que en la Escritura santa, la palabra “entrañas” a veces designa al espíritu o al alma. De ahí esta palabra de Salomón: “El espíritu del hombre es una lámpara del Señor, que sondea hasta el fondo de sus entrañas” (Prov 20,27). Es la luz de la gracia que viene de lo Alto la que aporta al hombre el soplo que da la vida. Si es dicho que esta luz sondea los secretos de sus entrañas, es porque penetra las regiones escondidas del espíritu con el fin que lo que el alma no podía ver de su vida interior, le sea llevado delante de sus ojos para que lo llore. Por eso esta palabra de Jeremías “¡Mis entrañas, mis entrañas! ¡Me retuerzo de dolor!”. Y agrega para que se comprenda mejor “¡Las fibras de mi corazón! ¡Mi corazón se conmueve dentro de mí, no puedo callarme!” (Jer 4,19).
San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia