
Evangelio según San Juan 15,1-8.
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Somos partícipes de la viña santa
Vas a recibir una vestimenta que no es perecedera sino espiritual. Vas a ser plantado en el paraíso místico, vas a recibir un nombre nuevo que anteriormente no tenías. Eras catecúmeno, ahora serás llamado fiel. Serás trasplantado entre los olivos místicos, injerto de olivo salvaje transformado en olivo franco, los pecados darán lugar a la justicia, las manchas a la pureza. Devienes partícipe de la viña santa. Si permaneces en la viña, crecerás como un sarmiento fértil; si no permaneces, serás consumido por el fuego. Portemos entonces los buenos frutos. Tengamos cuidado de no hacer cómo la higuera estéril, para que Jesús no repita sus palabras contra su esterilidad. Al contrario, que todos seamos capaces de pronunciar esta palabra: “Para mí, como un olivo fértil en la casa de Dios, he puesto una confianza eterna en la misericordia de Dios” (Sal 51,10). Olivo no material sino místico, portador de luz. Dios planta y riega y tú debes portar fruto. Dios otorga la gracia, tú debes recibirla y cuidarla. Cuando hayas recibido la gracia, cuídala con esmero.
San Cirilo de Jerusalén (313-350) obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia