
Evangelio según San Juan 15,26-27.16,1-4a.
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho.»
Elevar el espíritu hasta la esperanza de la gloria
Si la santa Iglesia soporta las adversidades de la vida presente, es porque es conducida por una gracia de lo Alto, hasta las recompensas eternas. Desprecia la muerte de su carne, porque aspira a la gloria de la resurrección. Es transitorio lo que ella sufre, perpetuo lo que espera. Los bienes perpetuos no le inspiran ninguna duda, porque posee ya un testimonio fiel en la gloria de su Redentor. Ella ve en espíritu la resurrección de su carne y se levanta con todas sus fuerzas hacia la esperanza. Lo que ve ya cumplido en su Cabeza, se cumplirá un día en el Cuerpo de su Redentor, es decir en ella misma. Tal es su inquebrantable esperanza. (…) Como la esperanza de la resurrección está fortificada en la Iglesia por la esperanza de la resurrección del Señor, habría que agregar que hay en el cielo un testigo fiel. La Iglesia tiene ya como testigo al Resucitado de entre los muertos, que está en los cielos. Así, cuando sufre una adversidad, cuando está agotado por duras tribulaciones, el pueblo fiel puede elevar su espíritu hasta la esperanza de la gloria que lo espera. Funda su confianza en la resurrección de su Redentor “Aún ahora, mi testigo está en el cielo y mi garante, en las alturas” (Jb 19,19). Tenemos el derecho de llamarlo garante porque conoce nuestra naturaleza, no solamente por crearla, sino también al asumirla. Ya que para él conocer nuestra condición es haberla aceptado.
San Gregorio Magno (c. 540-604) papa y doctor de la Iglesia