
Evangelio según San Lucas 24,46-53.
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto.»
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Llevados en el amor de Cristo
La plenitud de Cristo desciende sobre cada uno de nosotros. Recibimos su gracia que nos hace participar a su filiación divina y a todos sus privilegios. Somos hijos y herederos del Padre; somos sacerdotes y reyes con él. (…) Nuestra participación a Cristo no es solamente receptiva sino activa. Cristo subiendo al Padre ha enviado la Iglesia al mundo, como su Padre lo había enviado, para predicar, bautizar y salvar. La vida que irradia es amor. Este amor es un bien propagado de él mismo, está siempre en marcha para nuevas conquistas. Los que son invadidos, son llevados en su movimiento y devienen instrumentos de su acción, canales de la vida que él expande. Tal es la Iglesia de la que Cristo es la cabeza. “Viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. El es la Cabeza, y de él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor” (Ef 4,15-16). El pensamiento de Dios se realiza progresivamente, pero con seguridad a pesar de los obstáculos, a través de los siglos. Es la gran realidad, es el hecho que domina la historia de los pueblos y del mundo. Es el fin y la razón de todas las cosas. Así, cuando “todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4,13), la figura de este mundo pasará. La realidad aparecerá, con “el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro”, porque “Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas” (Ef 1,20-23).
Beato María-Eugenio del Niño Jesús (1894-1967)
carmelita, fundador de Nuestra Señora de Vida