
Evangelio según San Juan 17,20-26.
«Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos».
“Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté” (Jn 17,24)
Esta oración se resume en tres puntos que constituyen la suma de la salvación y, mismo, de la perfección. Los discípulos son guardados del mal, santificados en la verdad y glorificados con el Señor. Así reza: “Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo” (Jn 17,24). Felices aquellos por quienes pide el mismo juez. Intercede por ellos y debe ser adorado con igual honor que el Padre. Él no rehusará el deseo de sus labios ya que comparte con él una única voluntad y un único poder y son un solo Dios. Todo lo que demanda se cumplirá necesariamente, porque su palabra es poderosa y su voluntad eficaz en todo lo creado “porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste” (Sal 32,9). Y puede decir “quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté”. ¡Qué certeza para el que cree, cuando acepta la gracia recibida! Esta seguridad no es sólo ofrecida a los apóstoles o sus compañeros, sino a todos que a sus palabras creerán en la Palabra de Dios: «No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí” (Jn 17,20).
Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157) abad cisterciense