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“Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán” (Lc 6,20-23).
Johan Pacheco
“De ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 20), una promesa del Señor que tomamos hoy también en medio de un mundo que necesita vivir la Esperanza de una bienaventurada gracia del amor divino, que merece también del empeño humano para rechazar lo que el mismo evangelista advierte podría ser tropieza para una bienaventuranza plena: “¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!” (Lc 6,24-26)
Cada advertencia es una llamada de atención, de la realidad que encontramos con facilidad en la cotidianidad y pudiera copar nuestro corazón si no damos una plena entrega al Cristo bienaventurado que nos llama a vivir la perfecta felicidad en su Reino.
El Papa Francisco en una reflexión sobre este evangelio nos decía: “Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión” (Ángelus, 17 de febrero de 2019).
Hoy desde cada realidad propia, quizás muchas con adversidades y dificultades encontramos una llamada de esperanza en el Evangelio de las bienaventuranzas, no es en este mundo donde seremos premiados con las satisfacciones pasajeras, sino en el Reino perfecto del amor de Dios, la “recompensa será grande en el cielo” (Lc 6,23)