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Evangelio según San Marcos 8,34-38.9,1.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?
¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles».
Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder».
Isaac el Sirio (siglo VII)
monje cercano a Mossoul
“”El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”
El camino que conduce a Dios es una cruz cada día. Nunca nadie ha subido al cielo confortablemente; sabemos donde lleva este camino confortable. Jamás deja Dios sin preocupación al que se consagra a él de todo corazón; le da la preocupación por la verdad. Por otra parte con ello se conoce que Dios vela por un tal hombre: le conduce a través de aflicciones. La Providencia no deja jamás caer en manos del demonio a los que su vida transcurre en medio de pruebas. Y, sobre todo, si besan los pies a sus hermanos, si encubren sus faltas (1P 4,8) y se las esconden como si fueran sus propias faltas. El que quiere estar sin preocupaciones en el mundo, el que tiene este deseo y busca al mismo tiempo andar sobre el camino de la virtud, ha dejado el camino. Porque los justos no solamente luchan con toda su voluntad para llevar a cabo buenas obras, sino que con pesar luchan en las tentaciones; de esta manera se prueba su paciencia.