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El capellán de la ONG «Mediterranea Saving Humans» da la voz de alarma sobre las condiciones de los refugiados en movimiento, tras el descubrimiento de dos fosas comunes al sur de Bengasi y en el sureste del país
Beatrice Guarrera – Ciudad del Vaticano
Seguían gritando, bajo el polvo, los hombres y mujeres encontrados en los últimos días en dos fosas comunes en Libia. Ya no con sus voces, sino con sus cuerpos maltrechos y sin vida que mostraban heridas de bala. Diecinueve cadáveres fueron descubiertos en Jakharrah, a unos 400 km al sur de Bengasi, y otros treinta (pero podría haber hasta setenta) en el desierto de al-Kufra, al sureste del país.
Así lo informó la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que expresó su «conmoción y preocupación» por el descubrimiento de las dos fosas comunes en Libia. No es la primera vez que afloran cadáveres de migrantes en el país, desaparecidos que permanecerán sin nombre, sin una madre o un hijo, que los lloren con dignidad. Son hombres y mujeres que presumiblemente acabaron siendo víctimas de traficantes de seres humanos, mientras buscaban una vida mejor, tras verse obligados a huir de la pobreza y la opresión.
Rechazos sistemáticos
El descubrimiento de las fosas comunes «es una confirmación más de la situación inhumana en Libia, en detrimento de tantos hermanos y hermanas migrantes», afirma el padre Mattia Ferrari, capellán de la ONG Mediterranea Saving Humans, en declaraciones a los medios vaticanos:
«En Libia se producen lo que el Papa llama ‘lagers’ y lo que las Naciones Unidas llaman ‘horrores’, y ésta es otra historia de las atrocidades totalmente inaceptables que hieren nuestra conciencia humana y cristiana». Libia, de hecho, recuerda el sacerdote, no es simplemente un país de paso, sino «un país al que los migrantes se ven obligados a pasar, debido al cierre de los canales legales de acceso» y «al que son enviados, debido a los rechazos sistemáticos que Italia y la Unión Europea financian».
Innumerables violaciones de los derechos humanos
Hasta la fecha, el número de los que consiguen entrar en territorio europeo por rutas regulares es muy reducido. Desde diciembre del 2023, tras la firma del protocolo entre el Ministerio del Interior italiano, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación Internacional, ACNUR, Arci y la Comunidad de San Egidio, han llegado a Italia quinientas noventa y dos personas. Las últimas llegaron el martes 11 de febrero, en un vuelo procedente de Trípoli. Se trata de ciento treinta y nueve refugiados, entre ellos sesenta y nueve menores, algunos de los cuales nacieron en Libia, donde han vivido durante mucho tiempo con sus familias en condiciones extremadamente difíciles.
Además, diversas organizaciones internacionales llevan años relatando las innumerables violaciones de los derechos humanos que sufren los migrantes en Libia: prácticas de trabajos forzados, secuestros, extorsiones, participación forzosa en milicias, hasta la arriesgada travesía del mar Mediterráneo, intentada en embarcaciones improvisadas. Y lo que les espera a los que son rechazados y devueltos a Libia es igualmente aterrador: centros de detención donde la tortura, las violaciones, la falta de alimentos y atención médica, el encarcelamiento en celdas superpobladas y unas condiciones higiénicas alarmantes están a la orden del día.
Esperanzas traicionadas
El padre Mattia Ferrari conoce bien la vida de estos emigrantes, a los que encuentra tras haberse salvado de morir cuando trabaja en el Mar Jonio, el barco de rescate de Mediterranea Saving Humans. Incluso en tierra, el padre Mattia continúa con su compromiso con los supervivientes, como los de la organización Refugiados en Libia.
«Estas personas – dice – denuncian una violencia y un sufrimiento increíbles más allá de todo límite, más allá de toda imaginación. Cada persona lleva en su interior una historia, un rostro, una esperanza, que se ve traicionada por este sistema de violencia incalificable que en realidad tiene lugar con nuestra complicidad o a veces incluso simplemente con la complicidad de nuestra indiferencia».
La necesidad de reconciliación
Las voces que se alzan desde el mundo político para emprender acciones que puedan cambiar realmente la situación siguen pareciendo débiles. Un caso emblemático es el del general libio Nijeem Osama Almasri, acusado de crímenes contra la humanidad por la Corte penal internacional, el mismo tribunal que confirmó el lunes 10 de febrero que había abierto un expediente sobre «la falta de acceso de Italia a una petición de cooperación para la detención y entrega» del general libio, detenido en suelo italiano pero repatriado el 21 de enero.
«Lo que se ha hecho – observa el padre Mattia – ha exacerbado una herida enorme y por eso es necesaria la reconciliación, la reconciliación con las personas migrantes y víctimas de Almasri». La invitación del sacerdote es, por tanto, a dejarse interpelar por todo este dolor y luego «abrir el corazón, porque estas personas elevan hacia nosotros lo que es el grito de la fraternidad y piden ser reconocidas en su dignidad de hermanos y hermanas». En efecto, aún hay esperanza de cambio:
«Si nos damos la mano – continúa – con la sociedad civil, con los propios inmigrantes, podremos construir un mundo nuevo, otro sistema para dar carne por fin a la fraternidad». A causa de lo que está ocurriendo «en Libia, en Túnez y en tantas partes del mundo», la «fraternidad humana» está siendo destruida, afirma el padre Mattia, y «si no la reconstruimos, no tendremos alternativa a la barbarie, al avance de las guerras, la violencia, la catástrofe medioambiental. No hay otra alternativa que redescubrirnos como hermanos y hermanas».
El sistema de la mafia libia
Su celo por vivir concretamente lo que predica ha llevado al sacerdote a recibir amenazas e incluso a ser puesto bajo escolta, sobre todo, explica, por haber denunciado «el sistema de la mafia libia», donde «sus dirigentes se benefician del tráfico de seres humanos, de la devolución de migrantes, como también ha denunciado la ONU».
A las instituciones, a la política, a la sociedad, el capellán de Mediterranea Saving Humans pide «tomar a los migrantes de la mano, escucharlos, encontrarlos y luego caminar juntos. Todos ellos». El suyo es un ministerio que lleva a cabo con pasión como hombre y como sacerdote, acompañado de muchos activistas, personas a menudo diferentes a él: «En ellos veo el amor de Jesús, la pasión de Jesús. Algunos creen en Él, otros no, pero todos son el samaritano de la parábola, viven ese amor visceral que caracteriza el corazón de Jesús».