Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir

Santa Catalina, mártir, que, según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí.

Desde el siglo X o aun antes, se venera mucho en el Oriente a santa Catalina de Alejandría. Sin embargo, desde la época de las Cruzadas hasta el siglo XVIII, la santa fue todavía más popular en Occidente. En efecto, se le dedicaron numerosas iglesias y se celebraba su fiesta con gran solemnidad; se la incluyó en el número de los Catorce Santos Auxiliadores y se la veneró como patrona de las estudiantes, de los filósofos, de los predicadores, de los apologistas, de los molineros, etc. Adán de San Víctor escribió un poema en su honor. Su voz fue una de las que oyó santa Juana de Arco. Bossuet le dedicó uno de sus más célebres panegíricos. A pesar de todo, no sabemos con certeza absolutamente nada sobre la vida de la santa.

Según sus «actas», santa Catalina nació en Alejandría en la segunda mitad del tercer siglo. Descendía de una familia de abolengo y se distinguía por su inteligencia, erudición y belleza. Muchos ricos y nobles pretendientes pedían su mano. La madre y los parientes trataban de convencerla para que se casara, pero Catalina no se decidía y decía a sus allegados: «Si quieren que me case entonces encuéntrenme alguien que me iguale en hermosura y erudición.»

Dios hizo que Catalina conociera a un anacoreta, hombre inteligente y de vida ejemplar. Examinando con Catalina los méritos de sus pretendientes el anacoreta dijo:
-Yo conozco al Novio que es superior en todo a ti. No hay nadie igual.
Después le dio el icono de la Santísima Virgen, prometiendo que Ella ayudaría a Catalina a ver al Singular Novio. Durante la próxima noche, adormecida Catalina vio a la Reina Celestial rodeada de ángeles parada delante de ella con el Niño que resplandecía como el sol. Fueron vanos los esfuerzos de Catalina para ver Su rostro. El se daba vuelta.
-No desprecies a Tu creación -pedía la Madre de Dios a Su Hijo- dile lo que tiene que hacer para ver Tu imagen brillante, Tu Rostro.
-Que regrese y pregunte al anacoreta -contestó el Niño.
Este singular sueño asombró a la joven. Ni bien amaneció, fue a ver al anacoreta y se arrodillo a sus pies pidiendo consejo. El anacoreta le explico detalladamente sobre la verdadera fe, sobre el paraíso y la vida en el paraíso de los justos y sobre la perdición de los pecadores. La sabia joven comprendió la superioridad de la fe cristiana sobre la pagana. Creyó en Jesúcristo como el Hijo de Dios y se bautizó. Y entonces la luz divina entró en ella y la llenó con una gran alegría.

Cuando Catalina regreso a su casa con su alma renovada, rezó durante mucho tiempo agradeciendo a Dios por la gracia otorgada. Durante la oración se quedó dormida y vio nuevamente a la Madre de Dios. Ahora el Niño Divino la miraba con benevolencia. La Santísima Virgen tomó la mano derecha de la joven y el Niño le puso un maravilloso anillo, diciendo:
-No tengas otro novio terrenal.
Catalina comprendió que a partir de este momento ella estaba comprometida con Cristo y se despertó con mayor alegría en su corazón. A partir de este sueño ella cambió completamente. Se hizo humilde, benévola y amable. Empezó a rezar a Dios frecuentemente pidiendo Su guía y ayuda. Única meta que la entusiasmaba: vivir para Cristo.

Poco tiempo después vino a Alejandría Maximiano (años 286-305) codirigente del emperador Diocleciano. Envió mensajeros a las ciudades de Egipto para invitar al pueblo a la fiesta en honor a los dioses paganos. Catalina estaba muy triste porque el emperador, en vez de ayudar a instruir al pueblo, extendía la superstición pagana. Cuando llegó el día de la fiesta ella fue al templo pagano, donde estaban reunidos los sacerdotes paganos, la nobleza y el pueblo y dijo sin miedo al emperador:
-¡Emperador, no te da vergüenza orar a los repugnantes ídolos? Conoce al verdadero Dios eterno e infinito. Por Él apareció el universo y los reyes reinan. Él bajó a la tierra y se hizo hombre para nuestra salvación.
Maximiano se enojo con Catalina por la falta de respeto hacia la dignidad imperial y ordenó encarcelarla. Después, ordenó a la gente erudita convencer a Catalina de la autenticidad de la religión pagana. Durante varios días ellos exponían diferentes argumentos en pro de la religión pagana, pero Catalina los vencía con su lógica, y con sus razonamientos les demostraba que no tenían razón. Demostraba que solamente puede existir un Sabio, Creador de todo, quien con sus perfecciones se eleva infinitamente sobre los dioses paganos. Finalmente, los sabios paganos tuvieron que admitir que perdieron con los argumentos imbatibles de Catalina. Sin embargo, al sufrir la derrota sobre el campo intelectual, Maximiano no dejó su intención de convencer a Catalina. La llamó y trato de seducirla con regalos, promesas de favores y gloria. Pero Catalina no se dejó seducir.

Maximiano tuvo que ausentarse de la ciudad por un corto período. Su esposa, emperatriz Augusta, quien escuchó mucho sobre la sabiduría de Catalina, quiso verla. Se encontró con ella y, habiéndola escuchado, se hizo cristiana. Cuando Maximiano regresó a Alejandría llamó nuevamente a Catalina. Esta vez se quitó su mascara de benevolencia y empezó a amenazarla con torturas y muerte. Después mandó traer unas ruedas con sierras y ordenó matarla de esta horrible manera. Pero, ni bien empezaron las torturas, una fuerza invisible rompió el instrumento de tortura y santa Catalina salió ilesa. Cuando la emperatriz Augusta supo lo que pasó, vino a ver a su esposo y le reprochó que pretendiera él desafiar al mismo Dios. El emperador se enfureció por la intervención de su esposa y ordenó matarla ahí mismo. Al otro día Maximiano llamó a Catalina por última vez y le ofreció ser su esposa, prometiendo todos los bienes materiales. Pero Santa Catalina no quiso saber nada. Viendo la inutilidad de todos sus esfuerzos el emperador ordenó matarla y un guerrero la decapitó.

Existen ciertas variantes de la leyenda, tales como la conversión de Catalina en Armenia y los detalles que inventaron los chipriotas en la Edad Media para probar que la santa había vivido en Chipre. Todos los textos de las «actas» afirman que los ángeles trasladaron su cuerpo al Sinaí, donde más tarde se construyó una iglesia y un monasterio; pero el caso es que los primeros peregrinos que fueron al Sinaí no sabían nada sobre esa leyenda. El año 527, el emperador Justiniano construyó un monasterio fortificado para los ermitaños del Sinaí. Según se dice, allá fueron trasladadas las presuntas reliquias de santa Catalina en el siglo VIII o en el IX. Actualmente, el gran monasterio del Sinaí, tan famoso en una época, no es más que una sombra de lo que fue, pero todavía conserva las supuestas reliquias de santa Catalina, bajo el cuidado de los monjes de la Iglesia ortodoxa de Oriente.

Alban Butler cita las siguientes palabras del arzobispo Falconio de Santa Severina: «El significado de la expresión de que ‘los ángeles trasladaron el cuerpo de la santa al Sinaí’, es que los monjes lo llevaron a su monasterio para enriquecerlo devotamente con tan preciosa reliquia. Como es bien sabido, en cierta época, el hábito religioso se designaba con el nombre de `hábito angélico’ y se llamaba a los monjes ‘ángeles’ por su pureza celestial y sus funciones». Efectivamente las expresiones «vida angelical» y «hábito angélico» se usan todavía con frecuencia en la vida religiosa del Oriente.

San Mercurio, mártir

En Cesarea de Capadocia, san Mercurio, mártir.

San Mercurio es uno de los «santos guerreros», tan populares en el Oriente. Está fuera de duda que murió realmente por la fe. Pero las diversas versiones de sus «actas» son simplemente novelas piadosas. Según ellas, Mercurio ira hijo de un oficial escita que se hallaba en Roma. Mercurio abrazó también la carrera militar, y llegó a tener el grado de «primicerius». Cuando los bárbaros amenazaron a Roma, el emperador Decio (249-251) quedó aterrado. Mercurio le alentó y se puso al mando de las tropas imperiales, armado de una espada que un ángel le había dado. Después de una gran victoria, Decio notó que Mercurio no asistía a la ceremonia de acción de gracias a los dioses y le mandó llamar. Al presentarse, Mercurio se despojó de la capa y el cinturón militar en presencia del emperador, diciendo: «No negaré a mi Señor Jesús». Decio, temeroso de herir la simpatía de los romanos por Mercurio, envió a éste a Cesarea de Capadocia para que fuese ahí torturado.

 

Según la leyenda oriental, 113 años más tarde, san Basilio invocó la ayuda de san Mercurio contra Juliano el Apóstata. Dios hizo entonces de san Mercurio el instrumento de su venganza, ya que el santo bajó del cielo blandiendo una espada y con ella dio muerte al infiel emperador. En Egipto se llama a san Mercurio «Abu Saifain» (Padre de las Espadas), en razón de sus proezas militares y del arma con que siempre se le representa. En dicho país hay muchas iglesias dedicadas a nuestro santo. Según se dice, san Mercurio se apareció en Antioquía a los soldados de la primera Cruzada, junto con san Jorge y san Demetrio.

San Moisés, presbítero y mártir

En Roma, conmemoración de san Moisés, presbítero y mártir, que en la persecución desencadenada bajo el emperador Decio, al ser martirizado el papa san Fabián, cuidó, junto con el colegio de presbíteros, de los hermanos en la Iglesia, y determinó que debía otorgarse la reconciliación a los lapsos que estuviesen enfermos y moribundos, a quienes consolaba frecuentemente con las cartas de san Cipriano de Cartago durante el largo tiempo que estuvo retenido en la cárcel. Fue coronado, finalmente, con un martirio glorioso y admirable.

Moisés, que era tal vez de origen judío, ejercía el sacerdocio en Roma. Según cuenta san Cipriano, encabezaba un grupo del clero del que salieron los primeros mártires de la persecución de Decio (249-251). Los miembros de ese grupo mantuvieron correspondencia epistolar con san Cipriano y el clero de Cartago. En la época se debatía mucho la cuestión de los «lapsi» (o a veces llamados «relapsi»), es decir, los que por miedo u otra debilidad humana, en tiempos de persecución, negaban la fe para salvar su vida, pero luego querían volver al seno de la Iglesia. Las opiniones estaban divididas, y los «rigoristas», que se negaban a que los lapsi fueran readmitidos, gozaban de mucho prestigio. No se había aun desarrollado en la Iglesia una práctica penitencial fuera de la que preparaba al bautismo, y puesto que el bautismo no se podía administrar dos veces, muchos razonaban que quien caía en un asunto tan grave como es negar la fe, quedaba definitivamente fuera de la Iglesia.

 

Este problema no era nuevo, sino que surgía con cada persecución; a mediados del siglo III, en el contexto de la persecución de Decio, quien representaba las posiciones rigoristas era, entre otros, Novaciano, gran intelectual, cuyos escritos eran muy apreciados, y que se había escrito con san Cipriano de Cartago de modo que parecía que tenían posiciones en común en torno a los lapsi. El Martirologio Romano resume la delicada situación de la Iglesia de Roma: el papa san Fabián había sido martirizado, la sede estuvo vacante por cerca de un año, ya que aun no había sido elegido el papa san Cornelio; en ese interregno los rigoristas cobraron fuerza; pero san Moisés cayó en la cuenta de los peligros del rigorismo de Novaciano y consiguió que su grupo rompiese con él. Moisés estaba preso, pero, apoyado por Cipriano de Cartago, y a la vez apoyando él mismo la lucha que Cipriano llevaba en su propia sede, se opuso a la solución rigorista. El problema no era menor, se jugaba toda una interpretación de la universalidad y la profundidad de la redención realizada por Cristo, y triunfó el espíritu de misericordia y de acogimiento del miembro débil.

 

En el año 251, tras once meses y once días de prisión, Moisés recibió el martirio: «Fue coronado, finalmente, con un martirio glorioso y admirable», dice el elogio, tomando la frase de una carta de san Cornelio que reproduce Eusebio de Cesarea. Trunfó en la última batalla, de cara al mundo, luego de haber triunfado en la batalla que se libraba internamente en la Iglesia; en la misma carta Cipriano dice que Novaciano «quedó sólo y desnudo», ya que los hermanos que lo habían apoyado estaban volviendo al seno de la verdadera fe. La misma lucha entre la ciertas formas de entender la pureza de la fe y el acogimiento del hermano débil se libró en otros momentos de la historia, y se libra hoy.

 

  • Luciano Gonzalez

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