Evangelio del día: Lunes Santo

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
«¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre».
Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro,
porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
 
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
 

Guillermo de San Teodorico (c. 1085-1148) monje benedictino y después cisterciense

Oraciones meditativas, nº 5

«La casa se llenó de la fragancia del perfume»

Desde mi infancia que no he dejado de pecar, y tú no has dejado de hacerme el bien… A pesar de ello, Señor, que tu juicio sea movido tan sólo por la misericordia. El pecado te da ocasión para condenar el pecado… ¡Quieras encontrar mi corazón digno del fuego de tu perfecto amor, que su intenso calor haga salir de mí y consuma todo el veneno del pecado! Que ponga al desnudo toda la infección de mi conciencia y ésa se ahogue con las lágrimas de mis ojos. Que tu cruz crucifique toda la concupiscencia de la carne, de los ojos y el orgullo de la vida, que han consentido gracias a mi larga negligencia. Señor, quienquiera podrá muy bien escucharme y burlarse de mi confesión: que me mire yaciendo, con tu pecadora, a los pies de tu misericordia, regándolos con las lágrimas de mi corazón, derramando sobre ellos el perfume de una tierna devoción (Lc 7,38). Que todos mis recursos, por pobres que sean, de cuerpo o alma, sean empleados para comprar este perfume que te complace. Lo derramaré sobre tu cabeza, sobre ti cuya cabeza es Dios; y sobre tus pies, sobre ti cuya franja es nuestra naturaleza enferma. Si el fariseo murmura, ¡tú, Dios mío, ten piedad de mí! Aunque el ladrón que conserva los cordones de la bolsa rechine de dientes, no temo en absoluto disgustar a quien sea con tal que yo te complazca. ¡Oh amor de mi corazón, que cada día, hasta sin parar, te derrame este perfume, porque derramándolo sobre ti, también lo derramo sobre mí mismo… Dame saber darte lealmente el don de todo lo que tengo, de todo lo que sé, de todo lo que soy, de todo lo que puedo! ¡Que no me reserve nada! Estoy ahí, a los pies de tu misericordia; es ahí que estaré siempre, que lloraré hasta que me hagas oír tu suave voz, el juicio de tu boca, la sentencia de tu justicia y de la mía: «Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor» (Lc 7,47)

  • Luciano Gonzalez

    Locutor- Productor- Editor

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