
(+432). El Señor ha ido sembrando a lo largo de la historia de la Iglesia hombres que lucharon denodadamente por conservar incólume la doctrina del Evangelio. Los herejes, que no han faltado tampoco nunca a lo largo de la historia, parece que se empeñaban en ensuciar las aguas cristalinas que predicara Cristo y sus Apóstoles. Misión, sobre todo de la Iglesia, será siempre defender esta doctrina y presentarla así, sin mancha, a todos los fieles cristianos.
Uno de los hombres que hubo de luchar duro contra dos de estas herejías sobre todo, que serán las semipelagianas y arrianas, será el valiente San Celestino I, Papa. Parece que nació en el último cuarto de siglo IV en la Campania napolitana (Italia) de padres nobles y emparentados con reyes. Su padre, llamado Prisco, era familia del emperador Valentiniano.
Sabemos muy pocas cosas de él, de su juventud y formación literaria, pero lo cierto es que hubo de crecer muy rápidamente en ciencia y en virtud ya que le vemos escalar rápidamente también por los escalones de la carrera eclesiástica hasta llegar al grado supremo que es el Pontificado.
Renunció a proposiciones muy lisonjeras que le presentaban y tan sólo ansió consagrarse para siempre y del todo a la vida del espíritu. Parece ser que trató de retirarse al desierto para allá estar más alejado del mundo y disponer de mayor facilidad para entregarse al Señor… pero otros eran los caminos que le señalaba la Divina Providencia.
Se ordenó sacerdote y vivió unos años entregado al cuidado de las almas hasta que muy pronto, ante la sabiduría y prudente santidad que brotaba de sus palabras y de sus obras, fue elevado al episcopado y enviado a Siria para que gobernase aquella Iglesia. Allí se entregó de lleno al cuidado de su grey.
Visitaba a los enfermos y educaba en la fe a todos los feligreses. No había mal que no tratase de remediarlo. Cuando no podía ir personalmente lo hacía por medio de sus preciosas CARTAS que son todo un modelo de bondadosa solicitud a la vez que de dureza cuando el caso lo requería, con tal fuera conservar incólume la fe de las injerencias de sus enemigos.
El Papa Bonifacio I había dejado huérfana la diócesis de Roma como sucesor de San Pedro y aquella Iglesia solicitó la presencia de Celestino para regirla. Eran tiempos sumamente difíciles por la arbitrariedad y los gérmenes de herejía que se iban infiltrando en muchos ambientes. Los diez años que gobernó la Iglesia fueron verdaderamente fecundos en todos los sentidos, sobre todo en el aspecto dogmático, en el litúrgico y pastoral.
En el primero luchó denodadamente contra Nestorio que defendía que la Virgen era sólo Madre de Jesús en cuanto hombre y no en cuanto Dios, es decir: que María no era Dei Genitrix, Madre de Dios. San Celestino luchó por sí mismo y por medio de San Cirilo de Alejandría para que en el Concilio de Efeso, celebrado el 431, fuera proclamado el dogma de la Maternidad Divina de María. Todos los Padres conciliares repitieron las palabras del Papa: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».
En el campo pastoral escribe sus famosas Decretales que resuman prudencia, sabiduría y entereza a la vez. Dice en ellas a los Obispos: «No permitamos sembrar en nuestra tierra otro grano que el que nos ha dejado en depósito el Divino Sembrador». También luchó muy duramente contra los herejes pelagianos y envió fervorosos misioneros a Inglaterra y a otras partes del mundo para extender el Evangelio.
Introdujo en la celebración de la Misa varias partes importantes y abogó con energía a favor del pecador arrepentido en la hora de la muerte. Lleno de méritos expiró el 6 de Abril del año 432. Lo enterraron en el Cementerio de Priscila y en su tumba escribieron: «Su alma santísima goza ya de la visión de Dios».
Beato Notkero Bálbulo, monje
Hubo varios monjes de la abadía de San Gallo llamados Notkero, algunos de ellos muy conocidos, por lo que la «Vita Notkeri», escrita probablemente en el siglo XIII, resulta legendaria, porque, aunque pretende hablar de Notkero Balbulo, confunde unos con otros. Sin embargo, su figura, noticias y obras literarias son bien conocidas a través de otras fuentes verídicas, documentos y manuscritos suyos, que se conservan hasta hoy en la biblioteca del antiguo monasterio.
Notkero nació en el 840 en Heligan, Zurich. De niño era burlado por sus compañeros de escuela a causa de un defecto de la palabra o por la falta de algún diente; él mismo, ya de grande, se aplicó el sobrenombre de «Balbulus», es decir, balbuciente. Excelente estudiante, ingresó de joven en la célebre abadía benedictina de San Gallo, fundada por el monje irlandés san Gallo en el siglo VII, en torno a la cual surgió después la ciudad homónima, capital del cantón suizo del mismo nombre. Llegó a ser un monje y sacerdote ejemplar, excelente poeta, músico y maestro, y a la vez modelo de modestia. Fue director de la célebre escuela literaria y artística que entre los siglos X y XIII hizo famosa a la abadía. Fue denominado por sus contemporáneos «vaso del Espíritu Santo», y la moderna historia de la literatura lo recuerda como Notkero el poeta.
Con el auxilio de sus cohermanos Ratperto y Tuotilo, dio a la abadía gloria científica, artística y litúrgica, preparando a sus discípulos para los más altos encargos en la Iglesia y en el estado, como por ejemplo Salomón, que fue obispo de Constanza, o Waldo, que lo fue de Frisinga, y los dos fueron también capellanes reales.
Escribió su obra fundamental, las «Secuencias litúrgicas» (unas cuarenta), reunidas en el «Liber Hymnorum», dedicado en el 884 al obispo Liutvaldo de Vercelli, y compuestas para la misa solemne de las más importantes fiestas litúrgicas del año. Muchas de esas «secuencias» fueron cantadas en toda Europa hasta el siglo XVI. Músico de valor, se cuenta que compuso un himno inspirándose en la rotación de una rueda de molino (por ello se lo suele representar absorto al lado de tal mecanismo). No fue él mismo el creador de la forma poética de la secuencia, pero sí quien la desarrolló, perfeccionó y difundió, adoptando la regla de «a cada nota musical una sílaba», que permitía memorizar con más facilidad la melodía (que en aquella época no había todavía forma de fijar por escrito). Notkero fue también autor de un Martirologio basado en el de Adón, de obras históricas (especialmente las «Gestas de Carlomagno»), y poesías ocasionales, en las que expresa su jovial carácter.
Murió en san Gallo el 6 de abril del 912, y fue venerado en su monasterio como copatrono durante todo el medioevo. En el siglo XVI el papa Julio II encargó al obispo Hugo de Constanza de recopilar los milagros del monje poeta, y lo proclamó beato en 1513. Desaparecida la abadía en 1805, la diócesis de San Gallo lo elevó a patrono secundario, celebrando su fiesta el 6 de abril; aunque desde 1963 se celebra el 7 de mayo, fecha de la traslación de las reliquias a la catedral, realizada en 1537. Aunque no fue abad, en la iconografía se lo representa con un báculo abacial, porque la leyenda narra que ahuyentó al demonio, que se le había aparecido en la forma de un perro feroz, apaleándolo con el báculo de san Columbano.