
Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
La caridad, principio y fin de todo
Poco estamos preocupados por buscar ocasiones de salvación unos por otros, en forma de ayudarnos entre nosotros, donde vemos que fuera necesario. De este modo, portar mutuamente las cargas con los hermanos. Así nos exhorta el Apóstol: “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo” (Gal 6,2). Y en otro escrito “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor” (Ef 4,2). Es realmente la ley de Cristo. Cuando en mi hermano veo algo de incorregible, como consecuencia de enfermedades físicas o morales, ¿por qué no soportarlo con paciencia y consolarlo de todo corazón, según la palabra de la Escritura: “Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas” (Is 66,12)? ¿Será que me falta esa caridad que soporta todo, que es paciente para sostener, indulgente para amar? (cf. 1 Cor 13,7). Esta es la ley de Cristo. Por misericordia, en su pasión, él soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestras dolencias” (Is 53,4), amando a los que portaba, portando a los que amaba. (…) Todo género de vida que permite darse más sinceramente al amor de Dios y, por él, al amor del prójimo -cualquiera sea el hábito o las observancias- es más agradable a Dios. Es por caridad que todo debe hacerse o no hacerse, cambiar o no cambiar. La caridad es el principio y el fin al que conviene que todo sea dirigido. No puede haber error en lo que se hace, en toda verdad, por caridad y en su espíritu. Que nos la otorgue Aquel al que no podemos agradar sin ella. Sin Él nada podemos, el que vive y reina, que es Dios, por los siglos sin fin. Amén.
Isaac de Stella (¿-c. 1171)
monje cisterciense