En Nagasaki, en Japón, beatos Martín de San Nicolás Lumbreras Peralta y Melchor de San Agustín Sánchez Pérez, presbíteros de la Orden de San Agustín y mártires, los cuales, apenas llegados a esta ciudad, fueron apresados, arrojados en una celda oscura y después quemados vivos.
Martín Lumbreras nació en Zaragoza de noble familia, en 1598. Vistió el hábito de agustino recoleto en el convento de Borja, realizando los votos en Zaragoza eb 1619. Tres años más tarde, en julio 1622, partía de Cádiz hacia las islas Filipinas, donde arribó al año siguiente acompañado de otros trece misioneros agustinos recoletos. Era particularmente afecto al retiro claustral, y sus superiores lo destinaron al convento de Manila, en un primer tiempo como sacristán mayor, y luego, por un período de ocho años, como maestro de novicios. En estos años promovió grandemente el culto a la Virgen del Pilar, a la cual dedicó una imagen y un altar en la iglesia de San Nicolás. Su deseo secreto era, sin embargo, el Japón: vivir y morir por esta comunidad cristiana, tan probada en aquel tiempo. Con una carta del 4 de agosto de 1631 comunicó su deseo al vicario general, y exactamente un año después, el 4 de agosto de 1632, partía de Manila para el Japón en compañía del P. Melchor de San Agustín, que será su compañero inseparable hasta el martirio. Juntos llegaron a Nagasaki ocho días después.
Melchor Sánchez nació en Granada en 1599. A la edad de diecinueve años pronunció los votos religiosos en el convento de los Agustinos Recoletos de la propia ciudad natal. En 1621 partía a las Filipinas en compañía de otros veintitrés misioneros agustinos recoletos, llegando a Manila en julio de 1622. Aprendió los dialectos tagalog e hisaya, y ejercitó el apostolado en las misiones de Mindanao abiertas hacía poco, sin duda las más difíciles del archipiélago. Según parece, pasó cierto tiempo en Manila como predicador de los españoles hasta el 4 de agosto de 1632, cuando se cumplió su deseo de ir al Japón. En este punto su vida se junta con la de Martín.
Por disputas surgidas con los comerciantes chinos que los habían hecho ingresar al territorio japonés, uno de ellos denunció la entrada de los misioneros al gobernador de Nagasaki. Informados de la traición, los misioneros buscaron inmediatamente una vía de escape en los montes, donde encontraron al padre Domingo Equicia, que los introdujo en el ambiente y los instruyó en el idioma del país. Pero la permanencia en los montes no fue larga, porque su ansia los empujó pronto a descender a la ciudad donde, descubiertos y reconocidos por los agentes del gobernador, fueron apresados el 3 de noviembre de 1632, cuando aun no habían transcurrido tres meses de su arribo.
El gobernador intentó, en nombre del emperador, hacerlos abjurar del cristianismo, pero fue inútil. Irritado, firmó la sentencia de muerte, que fue ejecutada el 11 de diciembre siguiente. Comenzado el suplicio, los dos misioneros fueron atados muy débilmente, de modo que pudieran escapar del tormento si cambiaran de parecer respecto de la apostasía. Sin embargo, Melchor murió a las cuatro horas, y Martín, para admiración de los circunstantes, resistió dieciocho horas.
El proceso informativo sobre el martirio comenzó enseguida. Ya en 1633 el obispo Diego Valente tenía las primeras noticias desde Macao, donde testimoniaron veintidós comerciantes portugueses. Algunos años más tarde, en 1637, Pedro de San Juan, gobernador de Macao, envió un más amplio testimonio de treinta y seis mercaderes portugueses, treinta y dos de los cuales habían estado presentes en el martirio. Sin embargo, sólo en 1920 se emitió el decreto de iniciación del proceso apostólico. Fueron beatificados por SS Juan Pablo II el 24 de abril de 1989.
Beato Francisco Lippi, eremita
En Siena, de la Toscana, beato Francisco Lippi, ermitaño de la Orden de los Carmelitas, célebre por la austeridad de su vida.
Franco (o Francisco) Lippi nació en Grotti, cerca de Siena, en 1211. En su juventud era violento, insubordinado y perezoso. Después de la muerte de su padre, gastó su herencia y perdió su tiempo en los juegos de azar y las francachelas. Para evitar que la justicia le encarcelase por un asesinato, Franco se enroló en un regimiento de «condottieri», donde pudo entregarse a sus anchas a todos los vicios. En la madurez, los excesos habían ya echado a perder su salud y le habían puesto varias veces a las puertas de la muerte. A los cincuenta años perdió la vista. La impresión que ello le produjo le cambió el corazón. En efecto, hizo una confesión general y emprendió una larga y penosa peregrinación a Santiago de Compostela. Allí recobró la vista; pero su conversión había sido sincera, y Franco hizo una peregrinación a pie desde Compostela hasta Roma.
Un día, cuando se hallaba orando en una iglesia de los carmelitas, la Santísima Virgen se le apareció y le ordenó que hiciese penitencia pública por todos los escándalos que había dado en Siena. El beato empezó a recorrer las calles vestido con harapos al tiempo que se disciplinaba. Algún tiempo después, pidió la admisión en la orden del Carmelo. Pero, como tenía ya sesenta y cinco años, y su mala reputación no había desaparecido del todo, los frailes no se atrevieron a admitirle y le dijeron que volviese cinco años más tarde. Franco insistió y, finalmente, fue admitido como hermano lego. Dios le concedió diez años de vida en el Carmelo. No sólo los hermanos del beato sino todo el pueblo admiraron su fervor y se edificaron de su austeridad. Según se dice, el Beato Franco tuvo varias visiones y obró milagros. Murió el 11 de diciembre de 1291, y todo el pueblo le reconoció espontáneamente como un santo de gran austeridad. Su culto fue confirmado en 1670. Algunas veces se lo confunde con el beato Franco de Siena (Francisco Patrizi), servita, muerto en 1328.