
El testimonio de sor Onufria Bachynska, de la Congregación de las Hermanas Siervas de María Inmaculada, que desde 2014 trabaja en un centro de rehabilitación donde también se acoge a tantos soldados y civiles heridos.
Svitlana Dukhovych – Ciudad del Vaticano
«Nosotros, los ucranianos, no estábamos preparados para la guerra. La guerra llegó inesperadamente y empezamos a vivir en ella. Muchos reaccionaron como pudieron. Para mí fue fácil decidir qué hacer: cuando una persona tiene un trauma, intento ayudarla». Este es el testimonio compartido con los medios de comunicación vaticanos por la hermana Onufria Bachynska, miembro de la Congregación de las Hermanas Esclavas de María Inmaculada. Desde hace más de ocho años, la religiosa trabaja en un centro de rehabilitación donde se atiende a numerosos soldados y civiles heridos desde el comienzo de la guerra a gran escala en el país.
Adultos y niños con heridas de arma de fuego
La rehabilitación de personas que han sufrido traumas físicos y psicológicos en la guerra no es algo nuevo para la monja ucraniana: lleva haciéndolo desde 2014, cuando comenzó la guerra en el este de Ucrania. «Pero con la invasión rusa a gran escala -explica- ha aumentado mucho el número de personas con amputaciones y, sobre todo, con contusiones. Las categorías de personas con las que trabajo también han cambiado. Si, por ejemplo, en 2014 no había niños con heridas de mina o de bala, ahora hay muchos y trabajar con ellos requiere un enfoque especial». El mayor reto para la monja, tanto a nivel espiritual como emocional, es ver a soldados (normalmente hombres jóvenes) que tienen heridas de minas en la región cervical, porque estos heridos dependen completamente de la ayuda de otras personas y en Ucrania no hay suficientes instalaciones adecuadas. «Este es mi mayor dolor -dice-. Mi sueño es que haya centros donde estas personas puedan recibir la asistencia que necesitan».
Apoyo espiritual y psicológico
Además de la rehabilitación física, la hermana Onufria ofrece apoyo espiritual y psicológico a las familias de los soldados caídos o desaparecidos, a los sobrevivientes de la ocupación rusa o a los que viven cerca del frente. La monja confiesa que, a medida que ayuda a la gente a recuperarse de los traumas, «se abren más a la ayuda de Dios y a su presencia». «A menudo me preguntan: ‘¿Por qué? He sido una buena persona. ¿Por qué me ha pasado esto? No tengo respuesta. Lo que puedo hacer es curar sus cicatrices, preparar un miembro para una prótesis. Puedo ayudarles a recuperar la memoria, a superar ataques de pánico o a recuperar algunas capacidades físicas. Pero sólo Dios puede curar su alma y hacer todo lo demás. Por eso siempre les muestro el camino hacia Dios, para que puedan descubrir el contacto personal con Él y encontrar el sentido de sus vidas».
La historia de un ex militar
La Hermana Onufria recuerda en particular a uno de sus pacientes, un ex militar que había sufrido una lesión medular por la explosión de una mina en el frente y no podía caminar: «Antes de venir a nuestro centro -cuenta- había pasado ocho meses en un hospital y se encontraba en un estado de agotamiento físico y psicológico. Había venido con la decisión de que, si no se levantaba y caminaba, se suicidaría. Me di cuenta de que lo decía en serio. Por un lado, sentí mi impotencia porque quería ayudarle, pero no sabía cómo. ¿Si yo creía que Dios podía curarle y que volvería a caminar? Sí, lo creía, porque Dios es capaz de actuar donde nosotros no podemos hacer nada. Pero también sabía que Dios podía tener un plan completamente distinto para él, que yo no comprendía. Y solía hablar de ello con el militar. No trataba de convencerle de que su misión era importante, de que su vida tenía sentido, porque eso ya lo había oído. Él sólo quería volver a ponerse en pie. Siempre pido a mis amigos sacerdotes, a mis hermanas y a mi familia que recen por mis pacientes. Así que todos los días rezaban también por este veterano. Yo también rezaba, porque no quería que muriera, lo encomendaba a la misericordia de Dios».
Recuperar el contacto con Dios
Día tras día, Sor Onufria veía cómo cambiaba el mundo interior del soldado herido. Comenzó a comer, a dormir. Se fortaleció física y espiritualmente. Por invitación de la monja, empezó a leer las Escrituras, a rezar los Salmos y a hablar con Dios, todos los días. «Luego volvió a casa, pero seguimos en contacto. No ha empezado a caminar y lo más probable es que siga en silla de ruedas. Pero de vez en cuando me envía fotos de él en silla de ruedas con su mujer yendo al teatro o a otros sitios. Para mí, en momentos así se produce un arraigamiento en Dios: cuando la gente empieza a encontrar un contacto personal con Él. Y cuando soy testigo de estos momentos, me siento realmente agradecida».